El siguiente movimiento presentado con la danza amable del primer tema y paralelamente el segundo comentando el intervalo de tercera y el mismo ritmo con otro tiempo, escuchando el fagot de Mascarell cuyo final recuerda el aria del Fígaro mozartiano que Beethoven seguramente conoció mientras componía su Fidelio. No podía faltar la referencia a las burlas aristocráticas como las del propio Mozart y su Sinfonía 40, inspiradora pero transformada en melodía turbia y misteriosa ejecutada por José Luis Morató.
El Allegro con brio inicial mostró dudas pese a la claridad del gesto del maestro británico, mejor la dinámica que los ataques aunque la cuerda fue calentando unos motores que el viento ya tenía en su punto. El Andante con moto resultó lírico y muy contrastante, jugando con toda la riqueza de matices y texturas, ingredientes que iban logrando los primeros aromas. Por fin el Scherzo Allegro sacó al alquimista que es Lockington para con las proporciones exactas de cada ingrediente instrumental conseguir la esencia, un tercer movimiento realmente exquisito, especialmente el duo de trompas empastado a la perfección, antes de verter las gotas para la explosión del Allegro. Presto, exigente en todas las familias, con la pizca algo opaca del flautín, tal vez el miedo a exceder la cantidad sonora pero dejando mezclar con cada piel para conseguir del mismo perfume distinta presencia, con velocidad suficiente sin exagerar, nuevamente buscando alcanzar detalles que los excesos dejarían imprecisos.
Sobresaliente el trabajo del director afincado en Estados Unidos para conseguir un notable perfume de los que tardan en perder aroma. Varios músicos charlaron en el hall del teatro una vez acabado el concierto con quien a ellos se acercó, sumándome a la tertulia final.
En Oviedo disfrutarán del mismo frasco porque una vez abierto todavía perdura la esencia.