En este territorio de extramuros (la tercerca muralla de la ciudad, la que subiendo desde las dársenas por lo que hoy es el Paralelo abrazaría en su interior la zona que hoy corresponde al Raval, no se construiría hasta el 1359) la principal vía de acceso a la ciudad por la parte de poniente era la Vía morisca (calle de San Antonio), calle que se fue llenando de hospitales, burdeles y hostales para viajeros, mercaderes y peregrinos. Todos estos establecimientos "deuen estar a la part contrària d'aquell vent qui més s'usa a la ciutat", comentaba Francesc Eiximenis (1330-1409), indicando la conveniencia de mantener alejados tanto a enfermos como a viajeros gente venida de fuera y sospechosa de sufrir alguna enfermedad que había de hacer cuarentena y ser atendida.
De entre ellos, el hospital destinado a los leprosos, era, generalmente, el que se situaba más alejado del núcleo urbano. De hecho, a partir de 1433, todavía más lejos de la ciudad, hubo otro lugar destinado a recluir leprosos. Era a la antigua iglesia de San Antonio Abad, al lado del antiguo portal de Sant Antonio, situada en la zona de confluencia de las rondas, por donde se daba entrada a la Vía morisca y el punto de los grandes recibimientos reales. Esta iglesia de la que hoy sólo quedan los tres arcos góticos (fue quemada durante la Semana Trágica de 1909) acabó ejerciendo el control sanitario de los viajeros que llegaban a Barcelona.
El motivo principal del aislamiento de los leprosos era el rechazo social de la enfermedad y el miedo al contagio. Eso explica la aparición de este tipo de instituciones especializadas que se instalaban alejadas de cualquier foco habitado, ya que los hospicios más céntricos tampoco querían hacerse cargo de los enfermos de lepra. Aquí, pues, se atendía y se mantenía recluidos a los leprosos como una medida sanitaria para evitar que la lepra llegase a la ciudad.
Barcelona