Ayer se celebró el debate central de la campaña electoral. Debate por llamarlo de alguna forma.
Este "debate" venía precedido por otros. El "debate de mujeres", en el que debatieron mujeres de los cuatros partidos principales, y que demostró ser una fórmula vergonzosa y alejada de ese progresismo igualitario que se trataba de vender; o el cara a cara entre Albert Rivera y Pablo Iglesias en "Salvados", que fue bastante bronco, sabedores ambos de que, ahora sí, son enemigos irreconciliables.
Lo de anoche ya empezaba mal. Tres presentadores para un debate. Sobraban dos. ¿Qué pintaban allí Ana Blanco y Pedro Piqueras? Vicente Vallés puede conducir perfectamente un debate sin necesidad de floreros. Anoche lo demostró. Otra vez.
El resto se puede resumir en que no vimos nada nuevo bajo el sol. Apenas propuestas concretas (en esto sí que destacaron Rivera e Iglesias). Los más vapuleados fueron Rajoy e Iglesias. Uno por ser el presidente del Gobierno y el otro por representar esa paranoia de que vienen los comunistas. Iglesias, eso sí, supo recuperarse.
Por candidatos, creo que Rajoy estuvo en su línea, en su país feliz e imaginario. Creo que aún está arrepintiéndose de haber salido del plasma.
Sánchez fue el disco rayado de la noche. Cada vez que intervenía aprovechaba para decir que Iglesias votó con Rajoy para impedir que él fuera presidente. Lo repitió tantas veces que en Internet se convirtió en objeto de mofa. Para mí, esa insistencia machacona demuestra su pobreza de argumentario y el miedo a perder la hegemonía del liderazgo de la izquierda española. No querría yo estar en la piel de Sánchez el día 27.
Rivera se mostró más seguro que otras veces. Eso sí, no pudo evitar tirar de mentiras y medias verdades para atacar a Iglesias, su gran enemigo. Hacia la mitad ya le pudo el nerviosismo y empezó a lanzar acusaciones que solo están en su cabeza y en la de Eduardo Inda. Volvió a tirar de demagogia también, para no perder la costumbre.
Iglesias intentó mostrarse conciliador con el PSOE, aunque Sánchez no hizo caso. Pasó de los ataques de Rivera (excepto de los más graves), y se centró en desmontar a Rajoy, que era lo que deberían haber intentado también los demás con más ahínco.
El debate no sirvió para mucho. Pocos cambiarán su voto y pocos indecisos lo habrán decidido ya. Como siempre quien perdió el debate fuimos los electores.