Al final era todo mentira. Alba y Álex no existen. Al menos no esos Alba y Álex, ella la de los ojos bonitos, él de Badalona. No se dieron aquellos besos en las fiestas de la Mercè. Ni comenzó una bella historia de amor, de ésas, de las grandes, de las que siempre suceden a contrapelo, cuando no se está preparado, por casualidad. Ella no le dio el teléfono, él no perdió el móvil, ni la buscó en Facebook sin éxito. Ni empapeló Barcelona con ese cartel sencillo, una declaración de amor tan naïf, tan sincera, tan auténtica, que no podría ser verdad.
Les pone en antecedentes, alguien caminaba por la calle y se encontró con un cartel en Barcelona que narraba la desesperación de Álex que no podía localizar a Alba. Ante tal belleza, imposible no querer ayudar. Ese viandante solidario –quiere pensar que una mujer- subió la foto a las redes. De ahí, la viralidad.
#AlbayÁlex
Como buena periodista, dudó de la historia desde el principio. Añadió al tal Álex a su WhatsApp y la foto de perfil y su estado “Serendipia” pronto le hicieron sospechar. Pero compartió la foto en sus redes igualmente. Sus amigas también dudaban pero y ¿si aún quedaba un resquicio de posibilidad de que alguien viviera la historia de amor que todas quisimos vivir? Porque el amor siempre merece la pena.
Finalmente, a la semana. El misterio se desveló. Detrás de los carteles, un chico anónimo desarmaba cualquier esperanza. Reivindicaba la autoría de la carta como una acción poética. Confesaba estar sorprendido por la reacción conseguida por tan sólo 100 fotocopias repartidas aleatoriamente por Barcelona.
En un mundo de prisas e indiferencia, el deseo masivo, hambriento y urgente de que Alba y Álex se reencontraran le reconcilia con el mundo.