Esos molestos cadáveres que manchan las costas europeas

Publicado el 18 abril 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha

La viñeta que dibujó Carlos Latuff en 2013 continúa de plena vigencia.

Hay partes del mundo, muy cercanas al nuestro, mucho más de lo que queremos admitir, donde viven una realidad desesperada y desesperante. Una realidad incómoda para la Europa “civilizada” porque a nuestras costas llega el resultado de esa realidad que nos gustaría ignorar. De hecho, los dirigentes políticos de los “civilizados” países de la “civilizada” y democrática (eso sobre todo, democrática, repetido muchas veces si es posible) Europa, se reúnen en sesudos encuentros para decidir cómo combatir, sí, combatir, la “amenaza” de la desesperación que mancha nuestras costas de indeseados y molestos cadáveres.

Un goteo continuado que “ojalá se perdiera en la inmensidad del mar”. Porque eso es lo que en verdad piensan nuestros democráticos, liberales y humanos dirigentes, en librarse de los molestos muertos, no en rescatarlos vivos ni en hacer lo posible por cambiar la desesperada y desesperante realidad de esos seres humanos desgraciados.

Pero no sólo los dirigentes políticos lo piensan, también una parte considerable de la población “nativa”. En Italia, después de haber rescatado a miles de náufragos llegados desde el norte de África en lo que va de año —los que han conseguido escapar de las garras de la muerte en sus países de origen, acosados por las guerras, y superar la mortal travesía a través del Mediterráneo—, los políticos, en campaña electoral, no han desaprovechado la oportunidad de encender el fuego de la xenofobia para ganar votos. Y según las encuestas, lo están consiguiendo.

En España tenemos el ejemplo vergonzoso de las fronteras de Ceuta y Melilla, con sus vallas asesinas y las devoluciones ilegales de las personas que logran superarlas. Algunos cientos, miles incluso, de miserables negros y moros que vienen a robarnos el trabajo y las prestaciones sociales… En Italia imagino que el sentir de esos que dicen “yo no soy racista, pero…” será muy parecido.

Esta semana los supervivientes de un naufragio llegados a las costas del sur de Italia alertaban de que el barco en que viajaban había volcado, sepultando bajo las aguas a unas cuatrocientas personas. Lo denunció Save the Children, pero aún no se han encontrado los restos. No se montará ningún circo mediático en torno a la tragedia, porque que esos desgraciados mueran ahogados es lo habitual, son seres humanos de segunda o tercera categoría. Casi un millar en tres meses. 3.500 en 2014. Cuando sus cadáveres manchan nuestras costas dejamos fluir unas cuantas lágrimas de cocodrilo, y a otra cosa mariposa.

En diciembre de 2014 Italia puso fin a la operación Mare Nostrum, impulsada a raíz de la tragedia de Lampedusa, en octubre de 2013. Esa sí fue mediática, porque trescientos cadáveres flotando en la playa dan para unas cuantas fotos y algunas declaraciones solemnes. Total, que los políticos se vieron obligados a hacer algo para guardar las apariencias y durante un año el operativo consiguió salvar unas 150.000 vidas. Pero al gobierno italiano se le acabó el espíritu de buen samaritano, y como Europa decidió hacer como que la cosa no iba con ellos —como ejemplo, nuestro humanitario ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se opuso a que la Agencia Europea de Control de Fronteras (Frontex) se convirtiera en una agencia de salvamento y rescate porque ello provocaría un “efecto llamada”—, Mare Nostrum se desmontó. Total, que el Mediterráneo continúa tragándose vidas a diario y, como respuesta, los gobiernos ponen caras afectadas y siguen hablando de los asuntos verdaderamente importantes.

Y entonces son organizaciones como Médicos Sin Fronteras y la Estación de Ayuda al Migrante por Mar quienes tienen que poner los parches. Dos días antes de conocerse la desaparición de esas cuatrocientas personas que a casi nadie importan, las ONGs anunciaban que pondrían un barco propio a patrullar en el corredor marítimo entre África e Italia con la misión de rescatar a personas en peligro. “Nosotros vamos a poner un barco y el océano es inmenso. Europa tiene los recursos y la responsabilidad de actuar, pero no lo está haciendo. Es lamentable”, señala a eldiario.es Hernán del Valle, director de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras en Amsterdam y parte del equipo que coordina el proyecto.

La mayoría de quienes se lanzan al mar huyen de la guerra, de Siria y Eritrea. No son migrantes por razones económicas, sino humanitarias. Son refugiados de guerra. En Siria llevan padeciendo más de cuatro años de una guerra salvaje de la que no se atisba solución a largo plazo porque no hay petróleo de por medio y, por tanto, a la comunidad internacional no se le ha perdido nada allí.

En Italia no pueden acoger a unos pocos miles de refugiados, mucho menos en España, porque desestabilizarían nuestro “modélico” modelo socioeconómico. En Líbano, en cambio, los refugiados sirios superan el millón de personas, representando en estos momentos una cuarta parte de la población total del país. Allí sí que la situación es desesperada. ¿Os imagináis que llegaran en cosa de tres años unos trece millones de inmigrantes a España? Ese sería el equivalente a lo que ocurre en Líbano.

Para conocer un poco mejor el día a día de esas personas que sólo pretenden sobrevivir lo más dignamente posible, comparto dos artículos de la web de Save the Children: 83.000 mil personas viven en Zaatari, un campo de refugiado de sirios’, y el relato de Khaldoon, un hombre que explica la dura experiencia de su familia en un campo de refugiados en el norte de Siria, junto a la frontera turca. También es muy interesante la crónica que hacía ‘El País’ en febrero sobre la complicada convivencia en Líbano entre los refugiados sirios y la población autóctona.

Por último, muy recomendable, como siempre, la opinión de Verónica Barcina, Verbarte, sobre la hipocresía de una sociedad que recibe con los brazos abiertos a los extranjeros ricos mientras repudia a los miserables, los que se juegan la vida apurando la última chispa de esperanza por encontrar una vida mejor.