En el número 32 de la calle Ferlandina, en pleno Raval barcelonés, está la pequeña gran Llibreria de la Lluna. Y en su altillo, al que se accede por unas empinadas escaleras de madera, hay un espacito en el que cada fin de semana Al Víctor se convierte en puro canal poético para insuflarnos, directamente en ese órgano situado entre pecho y pecho, cada verso que recita con su íntima voz.
Ocho meses tarda este hábil declamador en descomponer cada átomo de un poema, en llegar a ese instante infinito, empaparse de él y dejar que fluya como si formara parte de su ser. Y así consigue hacernos sentir lo mismo que sintió ese niño que quiso ser pez, ave, perro, gato y hombre, para luego volver a querer ser niño..., pero ya no pudo ser. Y así nos hace oír el repiqueteo de la lluvia en las ventanas de la pensión de Baeza donde Machado se hospedó desolado tras la muerte de Leonor.
Al Víctor recita poemas de las voces polacas Wislawa Szymborska y Czeslav Milosz, de Antonio Machado -como ha quedado dicho-, de Borges, de Adolfo Castaño, de Manuel Benítez Carrasco, de Ona Rossetti y de León Felipe. Un cuento de Krank Kafka y dos columnas, publicadas en el diario El País, de Juan José Millás y Manuel Vicent, respectivamente.
No es habitual encontrarte en la vida con personas que lleven a cabo trabajos tan hermosos, pero cuando el milagro sucede no puedes dejar de creer en que el universo siempre está de nuestra parte.