Tu espalda. Mis dedos. Buscar curvas imposibles, recorridos que sueño y reproducen.
Mis dedos vuelven. A tu espalda. Conocida y distinta según su recorrido. Primero acoplados en la barra de tus hombros, donde se siempre se piden la primera. Quizás uno de ellos te recorra indiferente. Una curva aprendida, una recta definida, un giro inesperado. Aprieto tu cuerpo y luego dibujo un te quiero, levemente.
Encuentro sentido a la frase “me das la espalda”. Me la das, para camino, para mis dedos, para mis besos. Para perderme, para encontrarte. Me das la espalda, y no te alejas, sino que permaneces tan cerca como puedes, como quiero.
Me separo para verte. Me sonrío. Soy el pirata y veo la isla de mi tesoro rodeada de sabanas haciendo olas. Estoy por gritar: “Tierra a la vista”. Pero casi prefiero susurrar: Piel a mis dedos.
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