Con motivo de la celebración Día Mundial del Hábitat, publicamos este artículo dentro del monográfico “El aire que respiramos“, en el que el periodista Oriol Lladó analiza qué hay en el aire además del aire, cómo es el aire que respiramos y si tiene la calidad recomendada por la OMS.
Logotipo del Día Mundial del Hábitat
El aire es esencial, como bien saben los lectores de Inspira: respiramos vida Sin embargo, un 80% de los europeos viven expuestos a niveles de contaminación atmosférica superiores a los que la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece como recomendables. Además de oxígeno, al respirar inhalamos otros gases y partículas que pueden afectar a la salud. Los repasamos en este artículo. La conclusión: nos conviene cambiar de aires… aunque el aire que respiramos… ¡en realidad nunca es el mismo!
Nuestros abuelos hablaban de ‘cambiar de aires’ como el prólogo de un largo viaje o como la metáfora de un cambio que se debía emprender de forma proactiva. En realidad, sin embargo, el aire cambia solo, sin que nosotros tengamos que ‘cambiar’ nada. En las diferentes capas de aire que rodean el planeta como si fueran una cebolla, el aire se mueve constantemente, a través del viento transporta bacterias, semillas, especias invasoras… y minúsculas partículas de polvo, así como componentes químicos o metales. En realidad, el aire puro no existe, porque es imposible aislarlo fuera de un laboratorio. El aire son los aires.
El aire que respiramos habitualmente está formado por un 78% de nitrógeno, un 21% de oxígeno y un 1% de argón, pero también puede contener pequeñas trazas de dióxido de carbono y metano y en algunas condiciones y territorios una mayor o menor proporción de vapor de agua, que suele moverse entre el 0,1 % y el 4 %. El espacio donde respiramos, nuestro ‘pequeño’ mundo, donde vive la fauna y la flora, es la llamada troposfera, con una altitud de 7 kilómetros en los polos y de 17 en el ecuador. Es en este espacio donde nuestra salud se ve más amenazada porque es ahí donde estamos expuestos la mayor parte de nuestra vida y donde la presencia y persistencia de contaminantes, sean de origen natural (la erupción de un volcán) o humano (una fábrica) nos afecta más.
Pero aún hay más, porque no sólo son estos factores externos; es también la forma en que interactúan los diferentes elementos. El calor, por ejemplo, es un catalizador importante que facilita o desencadena reacciones químicas en lo que acabamos respirando: el caso del ozono combinado con la presencia de partículas de polvo hace sufrir a muchas personas cada año en los ambientes mediterráneos como el nuestro.
¿Qué es el aire contaminado y cómo nos afecta?
El aire que respiramos. Foto: Exposición Aire de la Fundació Roger Torné
El aire que respiramos en las ciudades es mucho más limpio hoy que lo que respiraban nuestros bisabuelos de la primera revolución industrial. Se ha avanzado mucho y últimamente ha habido, en clave europea, un esfuerzo ingente para regular las emisiones en los sectores de la industria y el transporte. Sin embargo, el de la contaminación atmosférica sigue siendo un mayúsculo problema de salud pública en nuestro continente. Como hemos ido tratando en Inspira decenas de veces, el quid de la cuestión se encuentra en la contaminación derivada de las partículas en suspensión y en la contaminación por ozono (un tema especialmente candente en la ciudad de Barcelona, dado su microclima).
Los principales contaminantes, según la Agencia Europea del Medio Ambiente son:
- Las llamadas PM, entre las cuales se encuentran la sal marina, el carbón, el polvo o las partículas condensadas de determinados químicos. Estas últimas pueden afectar al sistema nervioso central y el sistema reproductivo.
- El dióxido de nitrógeno (NO2), que se forma en procesos de combustión de automóviles y centrales eléctricas (principalmente) y que perjudica al hígado y llega a la sangre.
- El ozono troposférico (02) formado por reacciones químicas propiciadas por la luz del sol, agravado por la contaminación proveniente del tráfico o la industria.
- El dióxido de azufre (SO2) que es emitido por algunos vehículos y calefacciones… y también por los volcanes.
- El benzopireno (BaP), que tiene su origen en la combustión incompleta de combustible.
Las partículas en suspensión (PM) son tan ligeras que flotan en el aire y en algún caso no solo llegan a nuestros pulmones sino que se mezclan con nuestra sangre, al igual que el oxígeno.
El O2, PM, N02, S02 y BaP provocan diferentes tipos de irritación en ojos, nariz y garganta… y problemas respiratorios. Esta afectación en las vías respiratorias, derivada con inflamaciones e infecciones puede llegar a desembocar en asmas, funciones pulmonares reducidas y otras enfermedades relacionadas con el pulmón, como el cáncer. El PM, el O2 y el SO2 provocan enfermedades cardiovasculares.
He aquí la paradoja: el aire nos permite vivir pero, si bien es transparente e inodoro, no es inofensivo, especialmente en ambientes cerrados. En estos espacios, la presencia de diferentes contaminantes, como el gas radón que se forma en el suelo, el humo del tabaco, los gases o partículas de combustibles quemados o produuctos químicos, genera un hábitat especialmente complicado. Ni un cielo radiante, ni una casa limpia como una patena son, desgraciadamente, garantía de un aire limpio.
La situación cerca de casa (España)
Contaminación en Madrid. Foto: 20minutos
Según datos oficiales del Gobierno español, sólo el 1% de la población se encuentra en zonas donde se superan los valores límite de dióxido de azufre, el 26% se encuentran en zonas donde se supera el límite anual de dióxido de nitrógeno, el 1% en zonas que superan el valor límite anual de PM10, partículas menores a 10 micras. El 48% viven en lugares donde se superan los límites de seguridad del ozono troposférico. Datos inquietantes, que refuerzan que esta no es una cuestión a conjugar en ‘condicional’ sino en imperativo… y a plantear con urgencia.
¿El aire tiene precio? Un estudio reciente de la Organización Mundial de la Salud, ‘Review of evidence on health aspects of air pollution‘, muestra que la exposición a partículas en suspensión que no superen las 2,5 micras puede provocar a largo plazo enfermedades como la aterosclerosis, efectos adversos en partos y enfermedades respiratorias en la infancia. El estudio también indica una relación entre el neurodesarrollo, la función cognitiva y la diabetes y refuerza el vínculo causal entre las PM de menos de 2,5 micras y las muertes relacionadas con problemas de corazón y de pulmón .
¿El aire tiene precio? Sí, y muy caro… si tenemos en cuenta su impacto enorme sobre la vida de las personas y los miles de millones de recursos que se deben movilizar para hacer frente a esta pandemia invisible. No es exagerado referirse a ella así, llegados a este punto. Según datos de la OMS, se calcula que la contaminación del aire en interiores causa al menos 2 millones de muertes prematuras, la mayoría en países en vías de desarrollo. Se calcula que la contaminación atmosférica urbana causa, según la misma fuente, 1,3 millones de muertes al año en todo el mundo.
Reducir el volumen de partículas en suspensión disminuiría hasta un 15% las muertes atribuidas a la contaminación atmosférica en Europa, donde cada año se contabilizan unas 430.000, según la misma fuente. Las medidas preventivas contra estos contaminantes han sido erráticas y débiles, pero ahora la Comisión Europea ha puesto en marcha iniciativas ambientales que estiman los efectos y buscan estrategias para reducir el impacto económico y social. Dentro de este marco, se ha declarado 2013 el Año del Aire y se ha propuesto mejorar la calidad.
La designación de este año seguramente no marcará la diferencia, pero será un paso más para ayudar a relacionarnos de otra manera con un elemento cuya calidad, demasiado a menudo, damos por supuesta, y que deberíamos conocer, y respetar, mucho más. En el aire nos jugamos la salud.
Por Oriol Lladó Publicado en fundrogertorne,org