Cuando Rita Barberá llego al poder corría el año 1991 y un pacto del Partido Popular (que dejó de ser AP dos años antes) con un concejal de la derecha regionalista de Unión Valenciana arrebataba el poder al Partido Socialista y la elevaba al frente de la alcaldía de la tercera ciudad de España. La obtención de la alcaldía fue legal, pero sucia y poco ejemplar, realizada gracias a una traición.
El PSOE, Izquierda Unida y los partidos nacionalistas que odian a España no son mas legales y decentes que el PP en lo que se refiere a la democracia porque la violan con denuedo y sin remordimiento, pero las arbitrariedades y violaciones del PP son especialmente dolorosas porque en su campaña electoral, cuando el inepto Zapatero, verdugo de España y de su propio partido, les abrió las puertas del poder, prometieron falsamente ser adalides de la regeneración, una promesa que, como muchas otras, han olvidado, demostrando a cada español que la política, en España, es un juego de miserables impregnado de podredumbre.
La candidatura de Rita Barberá, alcaldesa desde hace 24 años, es todo un símbolo de la degradación de la política española, casi tan grande como la corrupción continua y extenuante del socialismo andaluz, que lleva casi cuarenta años gobernando ininterrumpidamente.
Ambos casos, como muchos otros de poder continuo que no se renueva, demuestran que la limitación de la duración de los cargos es imprescindible en democracia porque el poder continuado debilita, corrompe y envilece al sistema, a sus protagonistas y a la pobre nación que tiene que soportarlo.
La regeneración de la política española, mas necesaria que cualquier otra en Europa, será una quimera mientras los actuales partidos políticos, incorregibles e irrecuperables para la democracia, sigan dominando el Estado español y la vida de la nación. A la clase política española, intensamente alejada de la democracia y de los ciudadanos, a los que falsamente afirma representar, no le interesa regenerarse porque viven como príncipes en el actual sistema degradado.
El sistema español, escasamente democrático y muy parecido a una dictadura camuflada de partidos y de políticos profesionales, no sólo necesita limitar los mandatos de sus altos cargos, sino también incrementar las exigencias éticas y profesionales a los políticos para que puedan ejercer, aceptar la revocabilidad de los cargos políticos, acabar con la financiación pública de los partidos, garantizar la separación de los poderes básicos del Estado, reformar una ley electoral plagada de irregularidades e injusticias, que valora mas unos votos que otros, cumplir y hacer cumplir la ley, un juramento falso que realizan los políticos al ser nombrados, aplicar la ley con equidad y no de manera arbitraria, adelgazar el Estado, mas nutrido de políticos parásitos que los de Francia, Alemania e Inglaterra juntos y un largo etcétera de reformas que impidan la corrupción y hagan de España una nación democrática y no una fosa de corrupción y abuso.
Mientras esas reformas no se produzcan, acudir a las urnas y votar a políticos en España es poco menos que un atentado contra la verdadera democracia, la decencia y la ciudadanía y equivale a elegir legitimar tiranía y tiranos.