Ya se ha apoderado de muchos recursos y servicios vitales, del Tribunal Constitucional, de la Fiscalía del Estado, de no pocos tribunales, de Correos, de Indra, de la radio y televisión pública y de los principales medios de comunicación y en la próxima legislatura se apoderará de todo lo que le falta para controlar todo el país, incluyendo lo que le queda por doblegar de una Justicia que, bajo el sanchismo, dejará de ser independiente y se convertirá en lo que hoy son el Constitucional y la Fiscalía: juguetes al servicio del poder ejecutivo.
En el punto de mira están resto de los recursos del Estado, incluyendo lo que queda de lealtad en las Fuerzas Armadas, de la voluntad del monarca, de la sociedad civil y de las grandes empresas que no huyan de España.
Por fortuna, para impedir todo eso asesinato de la dignidad y la decencia de España, parece que la chispa de la rebelión ha prendido.
Desde el viernes estamos viendo cómo los españoles han salido a la calle a protestar en las sedes del PSOE contra la ley de amnistía con la que Pedro Sánchez quiere vender España a Puigdemont y al golpismo catalán, todo para él seguir siendo presidente.
Pero no solo la calle está hablando. La resistencia prende en muchos espacios, incluyendo su propio partido. En la reciente consulta del PSOE a sus militantes sobre el acuerdo entre PSOE y Sumar, el 12% de la militancia ha respondido que no a ese acuerdo. Y el sí ha tenido cinco puntos menos que la consulta con Podemos de 2019.
Las encuestas reflejan ya una importante resistencia interna a la ambición desatada de Sánchez. El 40% de los votantes del PSOE rechaza la amnistía y un porcentaje mayor niega la independencia de los catalanes.
Pero a Sánchez la oposición le da igual. Lo que no le da igual es que las masas se alcen y ocupen las calles contra su gobierno. Como todos los tiranos, él tiene miedo al pueblo que empobrece y maltrata.
Francisco Rubiales