La presente crisis en España es la más evidente prueba del fracaso del Estado como institución. Por culpa de los políticos que administran el Estado, que no han sabido hacer frente al problema, más de cinco millones de españoles han sido privados de su derecho a un trabajo digno y diez millones de ciudadanos viven inmersos en la pobreza, mientras el país, conducido por políticos ineptos y arrogantes, está al borde de la quiebra.
Ese Estado creado para garantizar la justicia y la convivencia proyecta hoy una imagen despreciable, también por culpa de sus gestores. Está grueso y seboso y es demasiado grande para poder ser mantenido con los impuestos de los ciudadanos, que ya son los más esquilmados de Europa. Los privilegios y lujos de los políticos, gestores del Estado, ante tanta pobreza ciudadana, constituyen un insulto que genera rechazo y hostilidad. Con su diseño actual, lleno de administraciones, empresas e instituciones inútiles y que muchas veces realizan inexplicablemente las mismas funciones, es inviable. Sus dimensiones son absurdas porque es tan enorme que se ha tornado lento, injusto, corrupto e imposible de ser financiado.
El Estado fue creado para garantizar el orden, la Justicia, la paz y, en general, para facilitar el acceso de los humanos a la felicidad, pero en España, por culpa de los políticos, que lo han llenado de corrupción, familiares, amigos y despilfarros, se ha tornado, precisamente, en el mayor obstáculo para conseguir esos fines.
Los políticos españoles han acumulado, a lo largo de la historia reciente, una hoja de servicios despreciable y descalificadora. Su mayor delito es no haber sabido crear una sociedad justa y sólida y sus grandes fracasos fueron conducirnos hasta una cruenta guerra civil, que es la máxima expresión del fracaso de una nación, y no haber sabido aprovechar, después, los años de bonanza y prosperidad para forjar una sociedad estable y una economía solvente y competitiva.
España vivió en las pasadas décadas una época de prosperidad inmensa, tan impactante que se habló en todo el mundo del "milagro español", pero nuestros políticos no supieron aprovechar aquellos rios de dinero para crear industrias, ciencia, tecnología, empresa y verdadero progreso, sino que se lo gastaron en políticas corruptas, lujos, privilegios de casta y despilfarros.
Pero el mayor drama de España ni siquiera es ese pasado desaprovechado y lleno de errores e injusticias, sino un presente en el que los políticos están desprestigiados y siendo rechazados por esos ciudadanos a los que dicen representar, políticos constructores y defensores de una democracia degradada que ha perdido el aprecio popular y que solo sirve a los intereses de los partidos políticos y de sus aliados, donde los corruptos y delincuentes no pagan por sus delitos, donde los que han hundido al país cobran pensiones públicas de lujo, pagadas con los impuestos de sus esquilmadas víctimas.
Las consecuencias de ese "Estado de Injusticia" español son inmensas y devastadoras: el sentimiento de nación se debilita, la solidaridad se diluye, la gente declara en las encuestas que nunca se enrolaría en las fuerzas armadas para defender España de una invasión extranjera, los políticos, responsables de la dirección del país, son despreciados y considerados por los ciudadanos como el segundo gran problema de la nación, después de la crisis económica, y la imagen del país es la de una nación podrida que, mal gobernado por unas castas políticas deplorables, se dirige hacia el fracaso.
El drama de España no es único en Europa porque en otros países también el Estado tiene abiertas terribles vías de agua. En Italia, los jóvenes cantan canciones de apoyo a la mafia y a la Camorra, a las que consideran organizaciones más justas y decentes que el Estado italiano, mientras que en Grecia la gente está en las calles para aplastar al injusto poder político que les ha conducido hasta el fracaso, que sólo sobrevive porque está defendido por las fuerzas represoras policiales.
¿Cuando vamos a aceptar que España tiene cáncer terminal y que necesita una operación a vida o muerte, que erradique la causa de la enfermedad, que no es otra que la existencia de unos partidos políticos que, atiborrados de poder y sin controles democráticos, se han convertido en dictadores y que necesitan ser radicalmente sometidos a la ley y refundados, al mismo tiempo que se instaura una verdadera democracia, donde los poderes del Estado sean libres e independientes, donde los ciudadanos tengan el peso que les corresponde y en la que queden garantizada la decencia y el imperio de la ética, al mismo tiempo que prevalecen principios como el castigo de los canallas con poder, la igualdad de oportunidades y la limpieza?