Tras unos días sin escribir hoy me ha entrado una reflexión ‘en el cuerpo’ y creo que es bueno compartirla con vosotros a ver que opináis. Porque aunque pongo ejemplos a gran nivel, la cosa creo que es perfectamente extrapolable a nuestras organizaciones e incluso a nuestras vidas personales.
He llegado a la conclusión de que en este país, nunca aprendemos a la primera. Y yo creo que al igual que ‘los toros, el flamenco y la playa’, es algo innato en nosotros, los españoles, y que nos negamos a aceptar.
Veamos. Pese a que nuestro anterior ‘cabecilla’, amigo ‘cejatero’, se le repetía por activa y por pasiva que estábamos en crisis, el lo negó más veces que San pedro a Cristo. Pese a que todos los entendidos le dijeron al ‘cabecilla’ siguiente y a sus ‘hordas marianas’, que la austeridad y las medias del déficit conducirían a agravar la crisis, el siguió para adelante. Pese a que a todas luces la ‘infantonta’ ha metido la mano y permitido que su costilla también la metiera, la monarquía ha perdido una gran oportunidad de engrandecerse.
Y habría muchos más ejemplos más y a todos los niveles.¿Qué es lo que tenemos los españoles que no nos permite aprender las cosas a la primera?
Sin duda el factor principal que tenemos es que tenemos una grande (enorme) capacidad de crítica de lo que hacen los ajenos pero una capacidad mínima (o nula) de lo que hacemos nosotros mismos.Pocos son los españoles que realizan autocríticas de lo que hacen y reconocen lo inadecuado y toman medidas para cambiarlo. Preferimos seguir para adelante a sabiendas de lo que hacemos está mal primero porque no admitimos los errores y segundo porque no consentimos que alguien nos quiera aconsejar ya que estamos por encima de los demás.
Tenemos una capacidad nula de autocrítica y, a medida que se asciende en la escala de poder, tanto social como dentro de las organizaciones, parece que cada vez sabemos más y que nos hemos vuelto sordos a lo que nos pueden decir los de nuestro alrededor. Somos incapaces de admitir que nos hemos equivocado y menos que nos ayudan a darnos cuentas de ello.
En otras culturas (países) el hecho de que alguien con poder tome una decisión errónea y se le diga que se equivoca es bien recibido por el primero, es más, se castiga a aquel que sabiendo que otro se equivoca no se lo indica. Aquí, desde la vida pública hasta los organigramas de nuestras organizaciones, el superior no puede ser rectificado ni aconsejado. Eso lo hemos mamado en nuestras organizaciones desde tiempos lejanos.Todos nos hemos ido amoldando a esta idea y entrando en esta rueda con lo cual, la decisión mal tomada, hasta que se demuestra de forma irrefutable que fue errónea, ha provocado muchas veces un mal irreversible y llegamos al punto de partida inicial, el de que nunca aprendemos a la primera. Pudimos rectificar antes sin causar mucho mal, pero preferimos seguir hacia adelante a ver si la cosa por si sola cambiaba, y eso es algo que no puede pasar.
Tenemos un gen que nos impide la autocrítica pero nos deja muy sensibles a criticar a los demás.