Los españoles están siendo demasiado humillados por el gobierno, no sólo porque ese equipo que preside Sánchez les arrebata, cada día un poco más, la prosperidad, los derechos, las libertades y las ilusiones, sino porque públicamente, ante las cámaras, se escenifican ceremonias llenas de bajeza y de repugnancia por su bajo nivel ético y por su desprecio a los valores y reglas de las democracias.
Llamar humilde al arrogante es otro engaño más del gobierno, que ya ni se ruboriza cuando saquea al pueblo, patea los valores o traiciona la democracia y la decencia, como tampoco tiembla o titubea cuando impone desigualdad y privilegios en las regiones, castiga a los ciudadanos que no les votan, reparte las vacunas con arbitrariedad rastrera y miente de manera obsesiva y contumaz.
Es cierto que premiar a los imbéciles y fracasados, al mismo tiempo que se castiga a los mejores, ha sido una constante en la desgraciada Historia de España, desde los Reyes Católicos, pero no es menos cierto que esas injusticias y arbitrariedades se ocultaban porque el poder sentía vergüenza de su bajeza. Sin embargo, ahora, bajo el mandato siniestro de Pedro Sánchez, esas suciedades se hacen ante las cámaras, con luz y taquígrafos, con una desvergüenza espeluznante que refleja carencia absoluta de moral y principios.
Cuando el ministro que peor ha gestionado la pandemia en todo el mundo, acumulando más errores, infecciones y muertes que ningún otro país y ocupando el número uno en la lista de países destrozados por el virus, en la primera, segunda y tercera ola, es premiado designándolo candidato socialista a presidir el gobierno de Cataluña, es que la política y el liderazgo en España están realmente podridos. Pero si además el pueblo admite esa jugada malévola y antidemocrática, dispuesto a premiar con su voto al fracasado, como predicen las encuestas, es que el pueblo ya está enfermo de inmoralidad y vicio, en cuerpo y alma.
En España el gobierno ha perdido el respeto y el miedo a los ciudadanos, como sólo ocurre en las peores tiranías, sin que se perciba un atisbo de democracia, un sistema que se caracteriza porque es el gobierno el que debe temer a un pueblo obligado a vigilarle, a controlar su poder y a exigirle eficacia.
Los acontecimientos recientes en el gobierno reflejan una decadencia moral tan profunda que causa miedo y una podredumbre en el sistema política que causa asco. Ninguna institución defensiva de la nación reacciona ante las bajezas y humillaciones que presiden la vida política española. Nadie se mueve, permitiendo los abusos, desmanes y saqueos, ni el rey, ni los jueces, ni los legisladores, ni los periodistas, ni las universidades, ni los ciudadanos, nadie, absolutamente nadie.
¿Se puede caer más bajo de lo que está cayendo España?
Al parecer sí porque todo indica que la orgía de suciedades, abusos y desatinos no ha hecho más que empezar porque los peores, dueños del Estado, se sienten no sólo impunes sino también apoyados por la chusma ciudadana.
Francisco Rubiales