La ruta asumida por el PSC, con el apoyo del gobierno de Zapatero, al apoyar a CIU, un partido marcado por rasgos tan duros y democráticamente discutibles como la lucha por la independencia catalana, la corrupción y el cobro sistemático de comisiones ilegales, que incluye también la desobediencia activa de las sentencias emitidas recientemente por los tribunales Constitucional y Supremo sobre la marginación del español en tierras de Cataluña, coloca al PSOE en una peligrosa senda, transitada con frecuencia por malvados y forajidos que eluden la Justicia.
Si no es abortado a tiempo por un socialismo menos temerario, enloquecido y obsesionado por el control del poder que el que pilota Zapatero, ese paso decisivo del PSOE, que le vincula a la insumisión, marcará profundamente el futuro de España, ensanchando la fosa que separa a los socialistas de la Constitución española y de la legalidad democrática, dejando al PP un espacio amplio por ocupar como único gran partido constitucionalista y defensor de la unidad de la nación y de la legalidad vigente.
El paso dado por Zapatero al apoyar la insumisión frente a las sentecias del Constitucional y el Supremo ha sorprendido no sólo a la España amante de la legalidad democrática, sino también en las propias filas del PSOE, donde todavía resisten, aunque cobardemente y guardando un vergonzoso silencio, algunos dirigentes y militantes que creen en la legalidad constitucional y en España como nación.
El nuevo paso, aunque representa un avance cualitativo y de enorme importancia, no hace otra cosa que avanzar por la senda peligrosa y nada democrática abierta por el gobierno de Zapatero cuando fraguó alianzas con partidos de ideología opuesta para cerrar el paso del poder al Partido Popular, cuando selló pactos con nacionalismos extremos, tradicionales enemigos de España, sin otro fin que mantener el poder, o cuando utilizó los fondos públicos para premiar el apoyo en el Congreso al gobierno de Zapatero, consagrando así una política que antepone el poder a los principios y que dinamita el fundamental principio de la igualdad de los españoles ante la ley.
Esa ruta por la que avanza el socialismo bajo el mando de Zapatero está política y democráticamente envilecida y, como ocurrió con el socialismo en la II República, vuelve a desenterrar los peores fantasmas del pasado español.
El avance del PSOE, uno de los dos grandes partidos españoles, por una senda política donde han sucumbido los principios y las idealogías, donde conviven fácilmente con la corrupción, en la que utilizan el dinero de los españoles para defender los intereses partidistas y en la que se antepone el control del poder a todo principio, incluyendo el bien común y el interés general, constituye una crisis de mayor alcance y trascendencia que la actual crisis económica, que está arrasando la prosperidad española.
La frivolidad, la mediocridad, la manipulación de las ideas, la espantosa corrupción de la política actual española y el sometimiento de la aborregada población a la propaganda de los partidos y a la mentira institucionalizada impiden captar toda importancia del paso dado. La existencia de un PSOE insumiso, disgregador y dispuesto a todo con tal de controlar el poder es una amenaza de inmensas proporciones que se cierne sobre el futuro de España como país y que podría abrir de par en par las puertas del enfrentamiento y de la ruptura de la convivencia.