En países como Francia e Italia, carecer de gobierno no es en modo alguno un drama. Todo sigue funcionando porque la Administración administra y gestiona, quizás mejor y con mas profesionalidad e imparcialidad porque carece de interferencias políticas y de intereses partidistas, pero en España, donde todos los cargos con poder están copados por políticos, eso es imposible.
En el impresionante balance de daños y estropicios de la clase política española, figura, además de la corrupción, el endeudamiento, la injusticia, la desigualdad, el desempleo, la pobreza, la desprotección de los débiles, el asesinato de la democracia, el embrutecimiento de los ciudadanos y el desarme de valores, también la destrucción de la Administración Pública y mil estragos mas.
La inexistencia prolongada de un gobierno pone nerviosos a los políticos porque temen que el pueblo descubra que el gobierno es altamente prescindible y que carecer de gobierno puede convertirse en una verdadera bendición porque los servicios vitales siguen funcionando, la Justicia sigue su curso, la policía y el Ejército son operativos, mientras la sociedad aprende a regularse con responsabilidad y la administración profesional garantiza la toma de decisiones imprescindibles.
Algunos países, entre ellos Bélgica, han estado temporadas de mas de un año sin gobierno y no les ha ido nada mal, con resultados sorprendentemente positivos en algunos ámbitos porque desciende la arbitrariedad, el despilfarro, el endeudamiento, la corrupción y la delincuencia política en general.
Mientras los demócratas no se alteran ante la ausencia de gobierno porque tienen fe en la sociedad y en el individuo, los políticos intervencionistas y adoradores del Estado se ponen histéricos ante la ausencia de gobierno, sobre todo los de izquierda, porque temen que los ciudadanos descubran su gran estafa de que el Estado lo soluciona todo. La gente, al vivir en paz y en calma sin un gobierno hiperactivo y con sólo responsables administrativos y responsables en funciones, descubre con alegría que el gobierno ideal es el mínimo, el que sólo interviene en las raras ocasiones que se le necesita, cuando el arbitraje es imprescindible o cuando hay que adoptar decisiones dramáticas.
La gran verdad oculta en nuestro tiempo es que si la inmensa marea de políticos, enchufados, vividores, vagos y arrogantes al servicio del Estado fuera licenciada y sustituida por una administración profesional, racional y eficiente, regulada por un gobierno mínimo, poco numeroso y únicamente con los poderes imprescindibles, los países funcionarían mejor, ahorrarían más, tendrían recursos suficientes para sufragar los servicios fundamentales y descenderían con rapidez la deuda, el déficit, la corrupción, el abuso, la ineficiencia, el gasto público y la pesada burocracia que el gobierno impone para que su presencia en la sociedad se considere imprescindible.
Pero esa gran verdad, que sería además un camino hacia la recuperación de los valores, la convivencia pacífica, la justicia, la igualdad de oportunidades y la paz, es suciamente ocultada por los actuales políticos y por sus aliados, sobre todo por el grueso de los medios de comunicación, que operan como cómplices del poder abusivo y corrompido.