El radicalismo, bajo Pedro Sánchez, se ha disparado en todos los ámbitos y sectores y ha llegado a superar a aquellos momentos furiosamente radicales que vivió la España de Felipe González cuando ETA asesinaba a diario y las cloacas, con su corrupción y el crimen de Estado (GAL), abandonaron el subsuelo e inundaron la sociedad con su pestilencia.
Los atentados terroristas del 11 M y la inesperada victoria electoral del PSOE representaron la nefasta consagración del radicalismo en el país. A partir de entonces, los radicales no han hecho otra cosa que ganar posiciones en todos los frentes, destruyendo el sistema democrático, causando estragos en la fe democrática de los ciudadanos y acorralando de manera insensata y temeraria a la gente de bien y a la parte más honrada de España.
La victoria socialista en las urnas fue cuestionada por radicales de la derecha, que nunca dejaron de rumiar la revancha y de alimentar desde entonces la sospecha. El socialismo se llenó también de odio y con Pedro Sánchez se decidió a aceptar a un tramposo como líder y a aliarse con la escoria de la nación para ganar una moción de censura y para gobernar después desde una alianza de dementes.
La derecha y la izquierda ya no pueden dialogar y menos aliarse para salvar una España a la que los radicales de uno y otro bando, junto con la inflación de políticos mediocres e incompetentes que emergen de los partidos, se encuentra en decadencia profunda y al bode de la ruina y el fracaso.
Alimentado desde un partido y otro, el radicalismo se ha extendido por la sociedad como una infección, impregnando con su sucia baba a los medios de comunicación, a las instituciones, a los poderes básicos del Estado y hasta a millones de ciudadanos, transformados en feroces hooligans de un partido u otro, más inclinados a derrotar al adversario "como sea" que a exigir eficacia y calidad al propio.
La izquierda, movida por un odio insensato, concentra hoy más esfuerzo en aislar y hundir a VOX, el partido que posee la mayor fuerza y empuje en España, ó su esfuerzo en aislar a toda la derecha que en gobernar con justicia, eficacia y equidad a España. La derecha, también cada día más radicalizada, no le ha ido a la zaga. Sus dirigentes parecen sentirse a gusto rodeados de enemigos y practicando a diario el "muera yo con todos los filisteos".
En fin, los partidos, indecentes, ineptos e irresponsables, acumulan delitos y suciedades merecedoras de cárcel, generando un clima de retroceso, desconfianza y miedo que impide que la nación crezca y avance.
En toda esta hecatombe, la única parte saludable que se salva es la de los españoles no afiliados a ningún partido, que se dedican a trabajar y que padecen con rabia el radicalismo y la bajeza que emanan de la clase política, sobre todo de los viejos partidos y de la escoria independentista y golpista, siempre feliz cuando España se destroza y se hunde.
El totalitarismo apesta en la izquierda y empieza a contagiar también a algunos sectores de la derecha, donde las ideas democráticas y liberales cada día están más debilitadas.
Si al menos los radicales fueran inteligentes y supieran solucionar los problemas que están hundiendo al país, pero, por desgracia, son también torpes y estúpidos y sus decisiones sólo generan decadencia, suciedad y parálisis.
¿Quién arreglará el desastre español? Lo único claro es que los viejos partidos políticos nunca podrán hacerlo porque están podridos e infectados hasta la médula por la corrupción, el odio y el peor radicalismo, un deterioro que ya es irreversible y que afecta al PSOE, al PP, a los comunistas y a los nacionalismos, donde los corruptos y los radicales cada día acumulan más poder y se deslizan con más velocidad hacia el totalitarismo..
La única esperanza está en la ciudadanía que todavía existe manteniéndose al margen de la maldita suciedad política.
Francisco Rubiales