Recientemente (Babelia, del pasado 17 de marzo)le leí a Francisco Ricoque cuando V. S. Naipaul -becario en Oxford y conocedor de nuestra literatura y nuestro idioma, que le parecía el más hermoso que se conoce- propuso traducir al inglés para la exqusita Penguin Classics nuestro Lazarillo de Tormes, el director de la editorial lo rechazó de plano porque "era un libro difícil de publicar y tampoco creía que era un clásico".
¡Un clásico!
Más que las celebradas meditaciones de Italo Calvino al respecto, prefiero las de George Steiner, cuya autobiografía (o lo que sea) Errata (1997) se hilvana selectivamente en torno a ciertos espacios, tiempos y lecturas. La infancia perteneció a los clásicos, cuya naturaleza, atributos y cualidades resumo brevemente (recomiendo seguir íntegramente el proceso de reflexión y análisis de Steiner: "una forma significante que nos lee"..., "nos interroga cada vez que lo abordamos"; queda muy lejos de compartir el atributo de lo trivial, de modo que los clásicos "escapan a cualquier forma de decibilidad definitiva"; es un espacio perennemente fructífero" que nos obligará a "un proceso de ahondamiento" porque nos ofrecen un conocimiento que modifica nuestra conciencia, al exigirnos re-acción (también en orden a las lecturas).
El primer texto que aborda Steiner es el canto VIII de la Odisea, cuando Demódoco, el aeda ciego, canta para los nobles y su desconocido invitado (que no es otro que Ulises) las batallas a Trtoya y "al escucharse así cantado, el viajero se deshace en llanto", porque "obliga a Ulises a encarar el desmoronamiento, la diseminación de su propio ser. Ha pasado a habitar en la eternidad insustancial de la ficción".
El episodio le parece a Steiner el máximo intento de comprender la naturaleza de la representación y el recuerdo, de la realidad y de la ficción. Y nos brinda otros ejemplos, que llegan hasta el regreso del narrador a Venecia, en la obra de Proust. Lo más curioso es que no hay ni siquiera una línea para nuestro Don Quijote. Y en todo el libro, ni una mención a Cervantes, por cualquier otro posible mérito.Sólo una vez aparece el manido tópico-símil..."para enfrentarme, como don Quijote y sus molinos de viento, a la cultura popular...." (pág. 148)
(Ni siquiera lo justifico por su resistencia a leer obras traducidas: en alemán tiene la magnífica versión de Ludwig Tieck)
Me duele ese silencio en alguien que se declara "una narquista platónico y no una papeleta electoral" (pág. 152) y que confiesa ser un "coleccionista de silencios" (pág. 178) -¡YO TAMBIÉN!- . Y pienso, con melancolía, cuánto le gustarían (quizás) las páginas de Azorín que closan el "maravilloso silencio" que reina en la casa de don Diego Miranda, el Cballero del Verde Gabán (silencio sobre el que Cervantes pasa rápidamente y por eso Azorín ahonda y expande ese rasgo en Al margen de los clásicos).
Y pienso en Unamuno y en algunos pensadores destacados, en su escasa repercusión en Europa.
Y recuerdo un pasaje espléndido de Barrio de Maravillas, de Rosa Chacel.
Tienes que admitirlo, atravesamos un bache enorme. Aunque no sé si es optimismo creer que lo atravesamos. ¿Es que pataleamos siquiera? Ya, ya sé que algunos patalean: esos pocos que frecuentas o que defiendes. Yo no, yo no defiendo, yo acuso. "J'accuse" a los que patalean con mala pata. Ya sabes que hace años que quiero repetir ese título y lo haré... Lo haría si creyera que podía servir para algo. Aunque probablemente lo haré sabiendo que no sirve. (Pág. 224)
... estás viendo las cosas eficientes, arriesgadas, que nos vienen del Norte. No sé que lugar ocupan respecto a la estética, pero el caso es que no son impotables, como las nuestras... No, no, no... No me vengas con lo de la ingenuidad, con lo del mérito que tiene el debatirse en la ignorancia por alcanzar. En primer lugar, la ignorancia no es tan grande porque saben leer y hay cerros de libros a peseta... ¡Saben leer! ¡Fíjate! Ahí tienes un conflicto, una llaga nacional que duele de verdad... (Pág. 224)
Quien así se expresa, hacia 1914, es Manolo (y ya es significativo el nombre), un personaje de "Barrio de Maravillas", de Rosa Chacel, en quien la escritora quiso (y creo que logró) forjar un personaje que fuese una especie de síntesis (eludo lo de arquetipo) de aquellos maestros que formaron a los jóvenes de su generación (Unamuno y Ortega, por lo que se refiere al pensamiento ideológico o político social, que luego en otros ámbitos hubo algunos -pocos- más)
Estas líneas las transcribo para mostrarque la autora, lejos del maniqueísmo y el edulcoramiento con que ciertos noveles tratan determinados asuntos (digamos, para abreviar, cultura y pueblo, sin pretender ponerme solemne), es implacable, con lo nuestro y con lo ajeno.
Es sólo el preámbulo de lo que quería comentar: la rabia que le invade al personaje por estar "en este rincón del mundo que es España y, para remate, estamos aculados en el último rincón de este rincón"; la rabia por sentirse sólo un pingajo (mirad la geografía) respecto a Europa.
Bien, todo esto retornaba estos días de las clases de Postgrado, aunque la sensación es persistente, y ya casi empiezo a cogerles manía a según quienes (a Steiner no, me es imposible). Porque si hacia 1900 (o cuando peleaban los citados Maestros) nuestra inexistencia intelectual podía "explicarse", no me parece razonable que en el 2010 o en el 2011 la cosa siga igual.
Menos aún considerando que Europa (Bruselas, mejor dicho) no nos quita ojo.