De la misma manera que para estudiar los fenómenos climatológicos conviene tomar la perspectiva de los años y dejar aparcada la experiencia personal, el estudio de la influencia y las consecuencias de una pandemia conviene hacerlo alejado del día a día, cosa harto difícil mientras las consecuencias se sufren en primera persona. Además, todavía no hemos dejado atrás al virus y quién sabe en cuanto se engrosará la cuenta de muertos que supera ampliamente los doscientos mil. No obstante, no parece probable, por el momento, que nos acerquemos a los doscientos millones de muertos del sarampión, a razón de dos millones de muertos anuales cada vez que azotaba, los cincuenta millones de la gripe española sólo en el año 1918, o los 35 millones de vidas que segó el sida a lo largo de cuatro décadas.
Las enfermedades, los virus o las pandemias existen desde el Big Bang. La naturaleza no trata de decir nada que no haya repetido incansablemente a lo largo de la Historia. La competencia es su modo de funcionamiento y comportamiento. Las individuos y las especies compiten entre sí, sea su tamaño de dos metros o de dos micras. A veces es posible la colaboración, que suele ser muy provechosa para los implicados, pero muchas otras veces no lo es y la muerte entra en juego.
Siendo inevitablemente la civilización y el progreso tecnológico dos factores tremendamente positivos en la detección y la lucha contra las enfermedades, conocidas hasta el momento o de nuevo cuño, debería preocuparnos especialmente la variante económica del problema. Si la paralización parcial de la actividad productiva es inevitable o, al menos ésta se verá afectada por nuevos protocolos sanitarios que precisan de un periodo de adaptación, será fundamental que el transitorio termine cuanto antes y que la afección del tejido empresarial sea mínima y acotada. La riqueza es, sin duda, un factor de peso en la lucha contra la enfermedad, por lo que su destrucción favorece consecuentemente la incidencia de las pandemias, incrementando el número de afectados y muertos.
Es bien sabido que el estado natural del ser humano es la pobreza. Nacemos sin nada propio y es el cuidado de nuestros padres y sus enseñanzas, así como el paso del tiempo, lo que nos permite la acumulación de capital, de riqueza, en definitiva, para transitar de la manera más cómoda posible en nuestro paso por el planeta. Por lo tanto, se convierte en una necesidad perentoria conocer los mecanismos de creación de riqueza que nos permitan alcanzar unos niveles de estabilidad económica suficientes, para que nuestra salud no se vea afectada negativamente por nuestras finanzas, sino al contrario.
No hay más que echar la vista atrás, a la Historia de nuevo, para comprobar que para desparramar la riqueza y hacerla llegar a cuantos más individuos mejor, el medio más efectivo es el libre comercio. La interacción y el intercambio son pilares fundamentales en la mejora de la salud, al incrementar el conocimiento y la información, compartiendo experiencias y elevando el bienestar económico del grueso de la población.
Bajo estas premisas, que son incuestionables, no se entiende, y ahora hablo ya particularmente de España, el planteamiento general que se intuye detrás de cada una de las medidas que se vienen tomando a nivel económico. Solo cabe una explicación conspirativa, desde una perspectiva de despótica idiocia o estúpido autoritarismo, pues no acaba de saberse cuál es el síntoma y cuál la causa de las acciones del gobierno que nos ha tocado en la suerte de las urnas. De ignorancia y de maldad hay sobradas dosis en el Consejo de Ministros, y aunque la agenda está meridianamente clara, uno no deja de preguntarse cuál de estos rasgos es el dominante ante la singular inoperancia de nuestros dirigentes.
Pretender aplicar sistemáticamente políticas fracasadas, entendiendo como tales aquellas que consiguen justo lo contrario de lo que prometen una y otra vez, requiere de grandes cantidades de malicia a la vez que refleja un profundo desconocimiento de la realidad. La implementación del comunismo bolivariano o de cualquier otra forma de socialismo extremista y fuertemente radicalizado precisa de mecanismos, como la emisión de moneda o fuertes recursos naturales que parasitar para poder realizarse desde las urnas, de otra forma solo puede llevarse a cabo por la fuerza de las armas. En nuestro país ya no se dispone de los medios pacíficos, por así llamarlos, y enfrentarnos de nuevo en una guerra, casi un siglo después me parece descabellado hasta para un gobierno como el nuestro.
Así las cosas, este Estado del Malgastar, contrahecho y borracho de esteroides liberticidas tiene los días contados. Con reducciones del PIB cercanas al veinte por ciento, o incluso superiores, según algún analista económico internacional, difícil se presenta el simple pago de la nómina estatal. En frente nos queda un más que probable estallido social. Si algo nos ha enseñado la democracia española es que los gobiernos de izquierdas caen en las crisis económicas. Quizá puedan contener el relato de la pandemia, pero tendrán que enfrentarse a una caída tan espeluznante de la economía que hace que peligren ahora mismo todos los empleos, incluso aquellos que siempre se dieron por supuestos. Contra eso es difícil luchar, si, además, los que tienen que poner la fuerza para hacerlo están en la misma tesitura, con sus medios reducidos y su salario recortado.
En cualquier caso, un gobierno grogui y amortizado, no es más que eso y no garantiza que los cambios sean a mejor, el mundo está lleno de mesías prestos a tomar las riendas para caer más bajo, sin embargo, ante una perspectiva tan aterradora, cabe preguntarse con qué van a pagarse la fiesta los salvapatrias que vengan. Al final, la austeridad, por necesidad o por convicción, tiene sus virtudes y vamos a tener austeridad nos guste o no. Para esclavizarnos más necesitan unos medios que por suerte no van a tener.
Publicado en disidentia.com