España se deshacía de su Rey, Alfonso XIII, derrotado moralmente en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Dos días más tarde, España se vestía con el traje tricolor y se tocaba con gorro frigio. La IIª República había llegado. Lo publicaba “Heraldo de Madrid” el 14 de abril de ese año, mientras la ciudad vivía una convulsión replicada en todo el país. “En estos momentos, cinco en punto de la tarde, Madrid entero, bajo un magnífico sol de primavera, presenta un aspecto de animación y júbilo extraordinarios. Las calles, materialmente invadidas por el pueblo –por todas las clases sociales–, vitorea con el mayor entusiasmo a la República. No se ve a un guardia, como no sea uno urbano”. La República la trajo el pueblo, como escribiera Luis de Zulueta: No vino del brazo de un general osado ni de un caudillo ambicioso; no nace de un pronunciamiento militar ni de un golpe de Estado. Nace de la voluntad popular expresada en las urnas.
La máxima “escuela para todos”, importada de Francia por Marcelino Domingo, el primer ministro de Instrucción Pública de la República, ilustró la firme pretensión del nuevo régimen de alfabetizar y formar ciudadanos. Sólo en junio de 1931 salieron a concurso 7.000 plazas de maestros. Un avance ni siquiera intentado durante la Restauración. Alicia Alted, investigadora de la educación republicana en la UNED, recorre los “grandísimos avances” del quinquenio, vigentes hoy. Las clases con niños y niñas, el “espíritu crítico”, la participación “activa” del alumno, la apuesta por los “movimientos pedagógicos de vanguardia” ensayados antes por la Institución Libre de Enseñanza. “Por vez primera un Estado concebía la infancia como un periodo de aprendizaje y juego básico para la formación del individuo”.
“Hoy, los tiempos han cambiado –reflexiona Ángeles Egido, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)–. La España de hoy dista kilómetros de la de los años treinta, pero ese periodo corto, intenso, permanece vivo como el primer referente democrático en nuestro país… Se quiso dar el salto a Europa, modernizar el país, construir un Estado federal, separar la Iglesia del Estado...”. El recuerdo lacerante de la Guerra Civil, el desenlace que Franco pintó como inevitable de una República tomada por el “caos”, atenazó la Transición. Tanto pesó ese recuerdo que Interior se negó a legalizar los partidos republicanos antes de las elecciones de 1977. Y no todos fueron reconocidos.
“Fue uno de los factores determinantes para que se blindara la Monarquía y se ahogase el debate sobre la forma de gobierno”, protesta Isabelo Herreros, líder de Izquierda Republicana durante 15 años. Pero ¿puede convivir el espíritu republicano con la corona? Herreros lo niega: “España no será plenamente democrática hasta que no elija a su presidente de la República”. Y Manuel Muela, presidente del Centro de Investigaciones y Estudios Republicanos, remata: “La Corona no es transparente. No publica sus cuentas. Antes o después, el sistema quebrará y se verá que es mejor no tener rey”. El problema, según Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, es que aún hoy late el miedo, aunque ya ha empezado a caer. “Lo siento al comprobar la frustración de los familiares de los tirados en las cunetas por el franquismo. La Transición no puso límites a la derecha. Firmó el olvido. De ahí los resquemores, los odios que tan hondo calaron”. Son las huellas más difíciles de borrar.