Revista Opinión

España padece un sistema político perverso diseñado para sojuzgar

Publicado el 16 septiembre 2015 por Franky
Estamos en vísperas de unas elecciones catalanas que son de especial trascendencia porque están en juego la unidad nacional y la convivencia pacífica, pero nadie dice la verdad sobre Cataluña, donde los partidos políticos en la contienda solo son la fachada de unos poderes ocultos que se disputan el dominio y control de esa región. Durante décadas, todos los poderes estuvieron de acuerdo en el reparto del botín catalán y funcionaron en armonía, intercambiando apoyos, practicando la corrupción y manteniendo impunidades en las castas poderosas, con los grandes partidos participando en el consenso catalán, pero recientemente se produjo una fractura en las sombras y los bandos están en abierto conflicto. El sistema político vigente en España no es en modo alguno una democracia porque no cumple ni una sola de sus reglas básicas, sino un "Estado de partidos políticos", dominado por élites en las sombras, diseñado para engañar y mantener sometido a un pueblo que siempre ha sido despreciado por los poderosos. La Transición fue un engaño ideado para que las mismas familias poderosas que dominan el Estado desde la Reconquista siguieran mandando, repartiendose el poder con los partidos políticos en lugar del Franquismo, que estaba agotado y sin lider. --- España padece un sistema político perverso diseñado para sojuzgar España, como la mayoría de los países, está controlada por poderes que no dan la cara y que imponen sus ideas y criterios a las naciones y pueblos, a través de los partidos políticos. La famosa Transición Española no fue un consenso para instaurar la democracia, sino un gran acuerdo entre los poderes nacionales y los internacionales para que España se rigiera por un sistema de partidos y se integrara en el llamado mundo occidental, bajo el liderazgo de los Estados Unidos.

Lo que España está padeciendo, un sistema falsamente denominado "Democracia", es la consecuencia de una Transición sin madurez, sellada dentro de la chapuza y la superficialidad, sin ni siquiera respeto por las reglas visibles de la democracia. Lo creado fue solo una dictadura de partidos, camuflada con hipócritas ropas que la hacen parecer una democracia. Pero una democracia sin pueblo, sin protagonismo del ciudadano, sin leyes iguales para todos, sin separación de poderes, sin una sociedad civil libre y sin una prensa independiente y capaz de controlar al poder, no es una democracia sino una estafa.

La famosa Transición, diseñada para que los mismos poderosos de siempre siguieran mandando, pero con el ropaje de la democracia y de los partidos, no fue un cambio sino una renovación. Pero fue, por encima de todo, una estafa porque al pueblo, engañado, se le impuso un sistema bastardo y perverso, desequilibrado y oligarquico, donde el poder visible residía en los partidos y no en los ciudadanos y donde el Estado no era de todos, sino de unas élites invisibles que, a través de los partidos políticos, se apoderaron de él y lo gestionaron en monopolio hasta corromperlo, pervertirlo y saquearlo.

Los ciudadanos, en España, nunca han mandado ni decidido porque el poder ha estado siempre en manos de la plutocracia. En la democracia, como en el absolutismo y el sistema feudal, siguen siendo súbditos. Los partidos políticos también están sometidos al poder real, pero son el rostro visible que gestiona el Estado sin interferencias, sin tener en cuenta los deseos y anhelos del pueblo, sin rendir cuenta a la ciudadanía, como es preceptivo en democracia, obedeciendo siempre al poder oculto.

Conocer y asumir que el actual sistema político español no es una democracia sino un Estado de partidos dominado por poderes que no dan la cara es el punto de partida para que los verdaderos demócratas, los que aspiran a instaurar una democracia verdadera, puedan plantarle cara al sistema. No se puede combatir contra un enemigo desconocido porque ese desconocimiento garantiza la derrota.

España es un aborto de nación, fruto de un pensamiento elitista contrario al ciudadano, donde los españoles no deciden ni eligen porque están privados de la verdadera libertad política.




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