España, además de soportar a demasiados maleantes que saquean la nación, tiene también que mantener a una inmensa legión de zánganos innecesarios, todos parasitando a un Estado que padece obesidad mórbida. La España honrada y decente que trabaja no puede costear a tanto enchufado. España entera es una injusticia insoportable que solo se mantiene en pie porque los españoles son demasiado pacíficos o tal vez demasiado cobardes y no le plantan cara y exigen valores y eficacia a una casta política que puede ser calificada, sin miedo a error, como una de las peores del planeta.
Los políticos españoles están en tiempo de cacería y ofrecen su mejor imagen en campaña electoral. Los ves hablando y actuando en la televisión y parecen normales, como si estuvieran sacrificándose, sirviendo a la nación. Dominan el lenguaje y la simulación con rara perfección y consiguen engañar a millones de españoles, haciéndoles olvidar que en España las clases medias están siendo laminadas, que los ricos son cada vez mas ricos y los pobres acumulan cada día mas pobreza, que son ellos los que han construido ese Estado injusto y lleno de políticos enchufados innecesarios que nos obligan a financiar con unos impuestos que son los mas elevados de Europa si se tienen en cuenta los salarios españoles.
Y sin embargo, es precisamente durante la campaña electoral cuando hay que repetir, desde las tribunas libres y no sometidas al poder, que nuestros políticos son como una plaga y que la política española es un abuso imperdonable, opaco, sin ética y carente de democracia y decencia. Hay que repetir hasta el cansancio que se puede prescindir de los gobiernos autonómicos, de las diputaciones provinciales, del Senado y de miles de instituciones públicas, observatorios, fundaciones y chiringuitos de todo tipo, creados por el poder sin otro fin que el de proporcionar empleo y dinero a los amigos. Hay que gritar que todo eso es saqueo y corrupción y que nada de eso es democracia y decencia.
La agresión a España de esos políticos encantadores que aparecen en la tele y que convencen en los mítines es brutal. Han expandido la corrupción como si fuera un virus letal, han saqueado, han ocupado la sociedad civil, han metido la mano sin pudor en el bolsillo del ciudadano, cobran impuestos abusivos, a cambio de los cuales ofrecen pocos servicios, recortados y de baja calidad, despilfarran, son arbitrarios, han endeudado el país hasta la locura, hipotecando el futuro de varias generaciones, se han atiborrado de privilegios y ni siquiera permiten que los ciudadanos les pidan cuentas de sus actos.
Con su verborrea ocultan sus pecados: que no representan a los ciudadanos, sino a sus propios partidos, que han desvirtuado la democracia, que han liquidado los valores y han creado una sociedad poblada por manadas incultas, inseguras, atemorizadas y fáciles de gobernar, eliminando también toda participación ciudadana en la política.
Ellos nos piden que olvidemos sus miserias y fechorías y que les entreguemos nuestro mayor tesoro como ciudadanos: la voluntad política, para que gobiernen en nuestro nombre y sigan generando corrupción, abuso, mal gobierno, injusticia y antidemocracia.
Y muchos millones de españoles están dispuestos a ratificar con sus votos el desastre político de España.
Muchos de nuestros políticos no son conscientes del daño que están causando a sus conciudadanos y ni siquiera son conscientes de que el país puede gobernarse con mas maestría y decencia. Para colmo de cinismo, miles de ellos creen que están sirviendo a España desde las esferas del poder.
Pero la verdad es otra: que sus fechorías son tan numerosas y lamentables que es difícil identificar sus peores estragos. Es difícil discernir que es peor, si la corrupción, el abuso de poder, la injusticia o el asesinato de la democracia y de los valores. Sin embargo, hay que señalar como su peor estrago algo de lo que apenas hablan y jamás reconocen: haber creado un Estado insoportable, monstruoso, insufrible, innecesario e imposible de ser financiado, salvo que se haga a base de asfixiar al ciudadano con impuestos y endeudando al país de manera irresponsable. Si racionalizaran ese Estado-monstruo, tal vez pudieran garantizar las pensiones y los servicios básicos, hoy en peligro.
El Estado que han creado es tan poco atractivo y tan incapaz de concitar unión e ilusión que no congrega a los ciudadanos, ni puede ser asumido por los españoles demócratas, decentes y honrados, tan plagado de abusos e irregularidades que muchas veces provoca ganas de abandonarlo y de buscar un refugio justo y decente en tierras extranjeras.
Apenas cometen delitos porque han aprendido a no dejar huellas en las fechorías corruptas, pero sus partidos tienen tantas causas abiertas y tantos militantes procesados que parecen asociaciones de maleantes. Hay cientos de abusos que cometen con impunidad porque no están tipificados, pero que en cualquier país democrático serían motivo de castigo, dimisión y deshonra.
Durante décadas los españoles, buena gente donde los haya, han soportado abusos increíbles, como sospechar que el jefe del Estado era un mujeriego y un comisionista poco edificante que se enriquecía gracias a su alto cargo, que miles de políticos se enriquecían durante su estancia en el poder sin explicación aparente, que los políticos cobraban suplementos en dinero negro, que se cambiaran votos por impunidad, que el dinero de los fondos reservados fueran opacos hasta para el Congreso, que un político no tuviera que rendir cuentas, que se le exija menos a un ministro o a un alcalde que a un barrendero o a una secretaria de dirección, que el país esté gobernado por mediocres, que los partidos tengan mas poder del que la democracia les otorga, que los poderes básicos del Estado no estén separados y funcionan bajo el control de los partidos, que no exista una ley igual para todos, que la corrupción haya infectado a la nación, partiendo de los palacios hasta llegar a los pueblos agrícolas y a las barriadas obreras de las ciudades.
Esta España podrida que nos está pidiendo el voto no lo merece. Entregar el voto a los verdugos es algo contra natura, como lo es también depositar la confianza en personas que ignoran deberes tan sagrados en democracia como el de ser ejemplares y construir una nación justa, equilibrada, armada de valores y capaz de procurar la felicidad de sus ciudadanos, no la cloaca española actual, un país que ocupa puestos de cabeza en casi todas las barbaridades y lacras conocidas: blanqueo de dinero, corrupción, desempleo masivo, avance de la pobreza, trata de blancas, tráfico y consumo de drogas, fracaso escolar, baja calidad de la enseñanza, alcoholismo, paraíso del dinero sucio, despilfarro, endeudamiento loco, enriquecimiento inexplicable de miles de políticos, control de los medios por parte del poder, aniquilación de la sociedad civil, y un larguísimo etcétera que incluye algo tan grave como el mayos descrédito y desprecio ciudadano a su clase política en toda Europa.
Pare ser auténticos ciudadanos libres y conscientes, hay que abrir los ojos en tiempos de campaña electoral, sospechar de los que nos quieren convencer, filtrarlo todo desde la crítica y colocar en la balanza no sólo las promesas, sonrisas y emociones de los candidatos, sino también la injusticia reinante, los estragos del poder y la realidad de esta España cruel y constantemente maltratada por su pésima clase dirigente.