Se trata de un nuevo capítulo de la Leyenda Negra que, originaria de Europa en boca de los enemigos protestantes del antiguo Imperio Español (Holandeses e Ingleses, sobre todo), se renueva hoy por quienes tratan de desprestigiar la hazaña protagonizada por España al descubrir y colonizar un continente, desconocido para los conocimientos de la época, navegando hacia el oeste por el Océano Atlántico desde Europa, y minusvalorar el legado histórico de una gesta que conformó lo que hoy es ese conjunto de naciones con seña de identidad hispánica: América Latina o Hispanoamérica.
No obstante, la crítica de la conquista de América es tan antigua como el descubrimiento mismo del Nuevo Mundo, pues ya tuvo a fray Bartolomé de las Casas como su más temprano representante. No es, pues, la crítica lo que sorprende, sino la insistencia de centrarla exclusivamente en la gesta española, como si los demás imperios coloniales que en el mundo han sido hayan obrado de forma pacífica y estuvieran exentos de guerras, brutalidades y sufrimientos. Si cada uno de ellos tuviera que pedir perdón por lo sucedido en el pasado, España estaría hoy exigiendo disculpas a los italianos por los atropellos del Imperio Romano, a los árabes por la invasión musulmana y a cada civilización que ha dominado a otra. Nadie cuestiona el sufrimiento de los indios de América del Norte, reducidos casi hasta el exterminio en reservas, por parte de “invasores” anglosajones, ni tampoco las brutalidades habituales de los imperios azteca o inca, que incluían sacrificios y matanzas, sobre otros pueblos indígenas de la época precolombina. Excepto el caso español, se entiende que las expansiones imperiales comparten el uso de la fuerza “militar”, entre otros métodos, para someter bajo su poder territorios y poblaciones. Pero, al parecer, sólo el imperio español cometió excesos “sanguinarios” en la conquista, ocupación y colonización de América.
O por fundar la Universidad Real de México, hoy conocida como Universidad Nacional Autónoma, una de las más antiguas de América, junto a la Autónoma de Santo Domingo y la Nacional Mayor de San Marcos de Perú, disputándose entre ellas la primacía fundacional. En total, España fundó 25 universidades por todo el continente, siendo la última, en 1792, la Universidad de Guadalajara, en México. En ellas surgieron las cátedras de lenguas indígenas, cosa que en el Norte anglosajón no sucedió hasta el siglo XX. También debería pedir perdón por levantar en lo que entonces era Nueva España, hoy México, el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, uno de los primeros centros educativos en los que los conquistadores hicieron “sufrir” a los nativos de América y al resto de alumnos de todo color, casta y mestizaje con sus enseñanzas.
Y, desde luego, aparte de por dejar una lengua con la que conviven más de 400 millones de personas en el mundo, una cultura que de alguna manera “modernizó” un continente en estado tribal en comparación con la sociedad europea y una religión que, a pesar de sus dogmas morales, no impidió las barbaridades, la esclavitud y los abusos pero homogeneizó una forma de ser y estar en el mundo, España debe disculparse por el legado imperdonable del mestizaje, esa costumbre sexual entre conquistadores y mujeres indígenas, fundamentalmente, que permitió que características raciales no se hayan perdido ni exterminados pueblos nativos por causa de una colonización “excluyente” y racista. Disculpas que se hacen extensivas, aunque tardías, a Maliche, por el daño infligido al convertirse en la amante maya de Hernán Cortés, con quien tuvo un hijo.
Andrés Manuel López Obrador sufre sin consuelo por hablar español, poseer nombre español y tener un abuelo oriundo de Cantabria, España. Una afrenta imposible de soportar para la dignidad de un demagogo. Perdón.
*Charles F. Lummis, Los Ángeles, 1916, citado por María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda Negra, Ediciones Sisruela, S.A. Madrid, 2016