Muchos españoles con edad suficiente para haber vivido la terrible experiencia de 1936 y otros con cordura para el análisis y sentido de la Historia sintieron ese día de fútbol el frío en la espalda que acompaña a las premoniciones mas inquietantes y terribles. El fantasma de un conflicto civil larvado se paseó por el estadio azulgrana durante la desgraciada final de la copa del rey. La imagen de un monarca que sufría con estoicismo impotente la ofensa, flanqueado por un Artur Mas que sonreía satisfecho ante la provocación a España y por Ángel María Villar, representante del fútbol cómplice de los nacionalismos, era sobrecogedora y el mas duro e insultante reflejo de tres largas décadas de errores y traiciones acumuladas en torno al problema catalán.
El separatismo, ya abiertamente desatado en Cataluña, larvado en el País Vasco y cultivándose con siniestra eficacia en otros territorios de la vieja España, está colocando a la nación en una encrucijada muy peligrosa. No todo el país es tan cobarde e indigno como esa clase política que apuesta por la disgregación y que no ha hecho nada para frenar la traición constante de los políticos catalanes. En el Estado hay instancias que no van a permitir que tipos como Artur Mas o el clan corrupto de los Pujol se salgan con la suya y consumen la mutilación.
Se está jugando con fuego y el fuego casi siempre termina quemando.
Los culpables del drama catalán son los políticos, exclusivamente los políticos, que son los que han alimentado el fuego y el odio, desde los nacionalistas que medraron políticamente con el odio, a los dirigentes nacionales del PSOE y del PP, que coquetearon con el nacionalismo, compraron sus votos con dinero y concesiones indignas y jamás aplicaron la ley contra quienes, sin excusa alguna ni disimulo, traicionaban y engañaban con animo de mutilar la nación.
En lugar de disolver la autonomía cuando se comprobó que sus dirigentes trabajaban para romper la unidad y sembrar el odio, pusieron paños calientes acobardados e indecentes, creyendo que la corrupción podría frenar la ruptura. Le dieron dinero a Pujol y permitieron que el nacionalismo se llenara los bolsillos de manera ilegal y abusiva, esperando que el río de dinero ahogara el independentismo.
Tanto González como Aznar creyeron al taimado Pujol cuando les vendía aquella gran mentira: dadme dinero y competencias y yo mantendré bajo control al independentismo. Zapatero, el mas inepto e insensato de los presidentes, no solo permitió el avance nacionalista sino que lo alimentó y lo mimó.
Pero los nacionalistas ni estuvieron nunca bajo control, ni fueron leales, ni vivieron dentro de la ley. Se permitió al traidor forjar su conjura y los que lo hicieron desde el gobierno de España también se convirtieron en traidores. El nacionalismo tuvo las manos libres para preparar concienzudamentre a la sociedad catalana para que odiara a España desde las escuelas y otras instancias públicas. Los nacionalistas siempre fueron conscientes de que la única manera de separarse sería bajo las banderas del odio. Y nuestros políticos, cobardes y traidores, les dejaron hacer su trabajo.
La verdad es dura, pero nuestros gobernantes no supieron ni frenar a sus colegas nacionalistas, que trabajaban en favor de la ruptura, ni ganarse al pueblo catalán, al que dejaron abandonado en manos de mafias sediciosas.
Los pésimos dirigentes que ha tenido España desde la muerte del dictador, demasiado obsesionados en su particular orgía de corrupción y antidemocracia, cayeron en la trampa y permitieron que el odio y el rechazo a España fuera extendiéndose como un virus por toda Cataluña.
Los cobardes políticos gobernantes ya son conscientes de que el asunto catalán se ha convertido en un drama amenazante para España y en un foco de violencia potencial nada despreciable, pero siguen dominados por el miedo y no se atreven a aplicar la Constitución, suprimir el gobierno infectado y encarcelar a los traidores.
Puede que tengan razón al quedarse ahora paralizados porque tal vez ya sea demasiado tarde para actuar, a pesar de que la clase política catalana soberanista, representada en ese Artur Mas que sonreía satisfecho y, casi eufórico, escondía su odio a España al lado del monarca, mientras miles de hinchas pitaban y media Cataluña acompañaba los pitidos con alegría y rencor desde sus hogares, acumula méritos mas que suficientes para ser encarcelada por alimentar el odio y poner en peligro la paz y la convivencia.
Pero ni la izquierda ni la derecha se atreve a intervenir y tienen pánico a provocar la enorme conmoción que representaría una intervención del Estado para defender la unidad y la concordia, erradicando a los profetas del odio.