España, por desgracia, es ya el escenario preferido por millones de jóvenes europeos para disfrutar de las primeras aventuras sin la supervisión familiar, del fraternal compañerismo, lde a explosión hormonal, del devaneo, el salvajismo etílico y la exploración sexual. Parajes de alta calidad, dotados de buenas instalaciones y de un clima maravilloso, como toda la Costa Mediterránea y las Baleares, se convierten en el paraíso para los borrachos y en sedes de un intenso turismo de balconing, toalla, borrachera y sexo, al que se apuntan hordas salvajes de hooligans europeos con poco dinero y con mucha carga depredadora, gente que carece de sentido cívico y de educación, que dedica las noches a llenar de ruido, vómitos y excrementos las calles y plazas.
A España le falta un gobierno que enderece en rumbo del turismo y piense en el medio plazo en lugar de luchar cada año por incrementar la cifra de turistas, sea como sea. Lograr dinero a cambio de llenar el país de turistas con un alto porcentaje de pobres, maleducados y salvajes puede traer consigo facturas muy dañinas y un futuro negro.
El nacimiento de la "turismofobia" en un país como España es una tragedia porque puede arruinar la principal industria del país y su única fuente de verdadera prosperidad. Por desgracia, en el caso de España, mucha de la turismofobia que nace es puro sentido cívico y social, unido a asco ante el comportamiento de cierto turismo digno de desprecio.
Los ciudadanos se desesperan ante los ayuntamientos y autoridades del gobierno que se muestran insensibles a sus protestas y siguen acumulando rechazo a un turismo degradado que les aporta poco dinero a cambio de borracheras, peleas, suciedad, defecaciones, vómitos y un sinfín de molestias para los vecinos.
Algunos países de nuestro entorno, como Portugal, Marruecos y Túnez están planificando su turismo de otra manera, tomando a España como modelo de lo que no se debe hacer, mientras en España nuestros políticos sacan pecho porque cada año llegan más extranjeros.
Francisco Rubiales