Esas eran las esperanzas por las que tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez, líderes de ambas formaciones políticas, se volcaron personalmente en esos comicios, participando en mítines y arrogándoles una importancia “nacional” de la que, en realidad, carecen. Buscaban interpretar los resultados autonómicos como si fueran generales y demostrativos de la fuerza con la que contaban para labrar acuerdos en el Parlamento nacional. Pero el resultado ha dejado la situación tal como estaba: el Partido Popular revalida su ventaja en Galicia, donde su candidato gobernará cómodamente el único gobierno regional con mayoría absoluta del Estado, y asume una indiscutible posición de autoridad para sustituir a Mariano Rajoy como candidato a presidente del Gobierno en España. Por su parte, el Partido Nacionalista Vasco repite como primera fuerza política del País Vasco, donde podrá seguir al frente del Ejecutivo regional con apoyos parlamentarios puntuales. En ambas comunidades, el partido socialista pierde votos, siendo tercera fuerza en Galicia y cuarta en Euskadi, donde el batacazo es descomunal.
Si la gobernabilidad de España estaba pendiente del resultado de estos comicios autonómicos en Galicia y País Vasco, ya no hay excusas: hay que asumir el dictamen de los votantes que, por dos veces consecutivas, se han pronunciado por un gobierno conservador minoritario y una oposición de izquierdas en el Parlamento que lo controle férreamente. No hay que darle más vueltas ni acudir a unas terceras elecciones generales para certificar el hartazgo de los ciudadanos con la clase política. España ya ha quedado definida según Galicia y el País Vasco.