Pedro Sánchez no ha cesado ya a sus fracasadas ministras de patio de colegio porque quiere apurar la legislatura hasta presidir el semestre de la Unión Europea, que le toca a España este año.
Si esas ministras no dimiten, como deberían hacer después del fracaso de sus políticas y del ridículo de sus leyes, es porque jamás volverán a cobrar unos emolumentos como los que ahora perciben, ni volverán a disfrutar nunca más de los perfumados coches oficiales, las secretarias, los chóferes, los guardaespaldas, y los jets para ir a hacerse fotos a Nueva York o al Vaticano, a costa de todos los españoles.
El cemento que mantiene “unido” todavía a este gobierno es el puro interés de unos y otros por el poder, el dinero y los privilegios. El dulce sabor del poder y los enormes privilegios que disfruta el sanchismo, atiborrado de dinero gracias a los préstamos que pide sin prudencia a los mercados y a sus impuestos abusivos, es lo único que mantiene vivo al enfermo sanchismo.
El desempleo se ceba en los autónomos, que abandonan su trabajo en desbandada, agobiados por impuestos insoportables, la sanidad pública se derrumba y la educación cae cada año más bajo, perdiendo calidad por sus heridas y carencias. La justicia está politizada y el Congreso no cumple con su misión de debatir las leyes y la marcha de la nación porque Sánchez utiliza caminos opacos para gobernar y porque los diputados y senadores han sido convertidos en esclavos de los partidos.
La España de Sánchez tiene heridas profundas que le hacen perder sangre a chorros, acumulando debilidad, división, ruina y desprestigio internacional.
Los independentistas y golpistas apoyan a Sánchez porque él les hace el trabajo sucio de destruir España.
Toda esta realidad decadente, maloliente y podrida es la que se presenta a las urnas este año, en elecciones autonómicas, municipales y generales. No se enfrentan la derecha y la izquierda, ni la contienda es ideológica porque el enfrentamiento es entre la decadencia y la corrupción, por una parte, representadas por el sanchismo, y la necesidad de regeneración, por otra, cuyos defensores están divididos en tres grandes grupos: los que apoyan a VOX como la única esperanza, los que tienen que taparse la nariz para votar al PP y los que sienten tanto asco de la política española que, por ahora, piensan quedarse en sus casas para no colaborar en el asesinato de España.
Francisco Rubiales