La reciente presentación de las memorias de José María Aznar fue un momento especialmente elocuente que demuestra que en España, ni siquiera los altos cargos del Estado, ni los jueces, periodistas, profesionales destacados y grandes empresarios conocen la democracia. José Máría Aznar contaba cómo él eligió a Mariano Rajoy como su sucesor y cómo Rodrigo Rato había rechazado dos veces ese nombramiento. Nadie le dijo al ínclito José Mari que en democracia no son los líderes los que eligen a sus sucesores, sino el pueblo o, cuando se trata de un partido político, obligado por la Constitución a ser democrático, deben ser sus militantes quienes elijan al dirigente máximo.
En España, los políticos se comportan como sátrapas y a nadie parece importarle. Hay demasiados imbéciles que no saben lo que es democracia y si lo saben son tan corruptos y sumisos ante el poder que guardan un vergonzoso silencio ante los abusos de poder y atropellos.
Aznar no era nadie para designar a su sucesor. Era el pueblo o la militancia quien tenía la palabra, no él. La cultura democrática en España es lamentable y casi inexistente. Hay miles de periodistas y comentaristas que hablan de la democracia española sin asumir la triste verdad de que esa democracia no existe porque el sistema vigente en España incumple todas las normas y reglas básicas de un sistema democratico: carece de una ley igual para todos, de unas elecciones verdaderamente libres, que permitan a los ciudadanos elegie a sus representantes, sin interferencias, de controlaes y contrapesos imprescindibles para controlar a los partidos políticos y gobernantes, de una sociedad civil fuerte e independiente, capaz de servir de contrapeso al poder político, de una Justicia independiente, de unos representantes (diputados y senadores) que respondan ante los ciudadanos a los que representan, no ante los partidos que los eligen, como ocurre en España, de normas y leyes que combatan los delitos, de una prensa independiente capaz de informar con veracidad al ciudadano y de fiscalizar a los grandes poderes, y de unos mecanismos que permitan la participación de los ciudadanos en la vida política y el ejercicio de su condición de "·soberano" en el funcionamiento del sistema.
La imagen de un Aznar que explica, nada menos que en sus memorias, cómo designó a su sucesor, debería causar rubor y descalificar al protagonista de esa historia como demócrata y político decente, pero en España sirve sólo para que unas memorias adquieran morbo y se vendan mas en las librerías.