Una Constitución que no es respetada no merece existir, como tampoco merece la existencia una Constitución que, en teoría, sustenta una democracia, cuando realmente promueve y establece una partitocracia o dictadura de partidos políticos, sin ciudadanos y sin sociedad civil.
Si esa Constitución, además, soporta un Estado corrupto, convierte a los humildes en monigotes indefensos y permite una escandalosa impunidad de los dirigentes políticos y cargos electos, todavía con más razón debe ser sustituida por otra que sea digna de respeto y contenga sanciones y rigor suficiente para que sea respetada, temida y amada.
La actual Constitución tolera y permite la corrupción que atraviesa España de parte a parte, con protagonismo especial del sector público, que los políticos fracasados o sospechosos de delito no dimitan jamás y que el foso que separa a ricos de pobres se ensanche cada año. Pero la actual Constitución, que hoy celebran y alaban los poderosos ante una creciente indiferencias de la sociedad, es la que ha permitido que España sea hoy uno de los líderes mundiales en casi todas las disciplinas y prácticas vergonzantes: tráfico y consumo de drogas, prostitución y trata de blancas, desempleo, avance de la pobreza, baja calidad en la educación, fracaso escolar, blanqueo de dinero, privilegios para los políticos, desprestigio de la democracia, rechazo al liderazgo político y un largo etcétera que convierte a España en un país enfermo.
A pesar de todos esos defectos y carencias de la Constitución española, su peor drama quizás sea que permite que un presidente de gobierno inútil e incapaz, como el actual presidente Zapatero, puede acceder al poder y ejercerlo, sin problema alguno, durante dos legislaturas, causando en ese periodo estragos a los ciudadanos y a la nación.
Nuestra Constitución, asumida en su día por un pueblo tan sediento de democracia como inculto e incapaz de discernir entre democracia real y dictadura de partidos, sólo le sirve ya a los políticos profesionales que disfrutan de privilegios y ventajas en el poder y a unos partidos políticos que se han apropiado del Estado y que carecen de frenos, controles y contrapesos.
La nueva Constitución que España necesita para ser una nación de hombres y mujeres libres y responsables que ejerzan su soberanía libres de la tiranía de los partidos y de sus cuadros, tiene que garantizar el cumplimiento de la ley, la separación de poderes, la primacía del ciudadano y el control del poder por parte de la ley, la ciudadanía y una prensa libre e independiente. Sin estas garantías, la Constitución es sólo un documento hipócrita que puede ser eludido y violado con pasmosa frecuencia por el poder.