La clave del drama de la falta de credibilidad en España quizás se deba a tres factores claves:
El primero es que mientras la democracia moderna exije y consagra la transparencia y la visibilidad, la política española se ha hecho experta en "invisibilidad" y hoy es de las más opacas y oscuras del planeta. La visibilidad exige que la verdad impere, que los políticos rindan cuentas al pueblo por todos sus actos y que dimitan ante el más mínimo error, fracaso o sospecha, justo lo contrario de lo que hacen los políticos españoles desde hace mas de tres décadas.
El segundo es que el sistema español está basado en la mentira, ya que desde la muerte de Franco se intentó hacer pasar por una democracia lo que sólo era una vulgar dictadura de partidos, en la que el Movimiento Nacional franquista quedaba relegado y dejaba paso a un sistema con apariencia de democracia en el que un par de partidos, diseñados para que fueran herederos del sistema, uno de derecha (UCD) y otro de izquierda (PSOE), con otros dos partidos satélites (AP, en la derecha y el comunista en la izquierda), se repartieran el poder del agotado Franquismo.
El tercero es que España nunca ha tenido un presidente moderno, ni demócrata, sino auténticas antiguallas ancladas en el pasado y forjadas con mimbres caducados, desconocedores de la democracia, de la comunicación moderna y de las claves que mueven las tendencias y preferencias de los ciudadanos y de las masas.
Curiosamente, el más moderno presidente de España fue Zapatero, que poseía cierto dominio del lenguaje actual y una figura explotable por el marketing avanzado, pero esas ventajas quedaron pronto neutralizadas por su incapacidad e inconsistencia intelectual y moral, consecuencia de una débil estructura personal de valores y principios estables.
Rajoy, sucesor de Zapatero, es un político "anciano", hijo de la galaxia Guttenberg, forjado entre periódicos en decadencia y televisiones manidas, desconocedor de Internet y ajeno a las fascinantes dinámicas de las redes sociales. La única manera de situar a Rajoy en Facebook o en Twitter es mandándolo al infierno o criticándolo con dureza en las pantallas.
Rajoy no sabe que el mundo de las octavillas y de los carteles se acabó hace mucho tiempo e ignora que un político moderno necesita una historia creíble y apasionante, capaz de reflejar en ella al pueblo gobernado. Rajoy ignora casi todo de la modernidad política y comunicativa. Ni siquiera sabe que las urnas ya no hacen a un presidente, que necesita que la audiencia lo ratifique. Después de sus mentiras, engaños e incumplimientos reiterados de sus promesas electorales, Rajoy es un cadáver, pero él lo ignora. Le falta ser ratificado por la ciudadanía española, que no está dispuesta a ratificarlo sino a firmar su sentencia de muerte política.
El 11 M es el mejor ejemplo de lo que podemos llamar la "invisibilidad española", todo un modelo de lo que está prohibido en democracia: un crimen sis resolver, sin autores convincentes, envuelto en sospechas abundantes y rodeado de incognitas sin despejar. El resultado es todo un desastre en política: nadie se cree la versión oficial.
Es tan antiguo y está tan desfasado el actual presidente del gobierno español que ignora que la opinión pública ya no soporta que le mientan y que le tomen el pelo. Contra Rajoy y su gobierno, en las redes sociales y en los espacios volátiles de Internet, se está fraguando un profundo y sólido movimiento de desprecio y rechazo, superior, incluso, al que terminó políticamente con Zapatero, al que dejó inhabilitado para ejercer en el futuro cualquier responsabilidad democrática.
El norteamericano Obama, un político de la era digital y dominador de la comunicación electrónica y de Internet, ya denunció en su campaña el riesgo que representa cavar una brecha que separe las palabras de la realidad. Rajoy, cuando habla es diferente a cuando actúa, lo que lo convierte en un hombre falso, lo que equivale a un tipo sin carisma, ni atractivo, ni futuro político alguno.