Ojalá la razón de su retirada sea estratégica, porque quiere reservarse para el futuro y reaparecer posteriormente como solución, después del gran desastre que amenaza a España bajo el mando de Rajoy y la debacle electoral que se avecina para su partido, por haber sido adalid y promotor de injusticias, arbitrariedades, mentiras y agresiones contra la ciudadanía y la democracia.
Sin embargo, a pesar del dolor que produce a los escasos demócratas que sobreviven en España que se marchen los menos malos, de la política y los menos cobardes, hay que otorgar a doña Esperanza Aguirre la parte de culpa que le corresponde por ser élite dirigente de su partido y por haber ocupado altos puestos en el desgraciado Estado español. Que sepamos, a pesar de su descaro y aparente valentía, nunca ha denunciado los abusos de la clase política, de la que ella formaba parte, ni los sufrimientos inmerecidos y los maltratos a los ciudadanos perpetrados por la clase política española, ni ha pedido perdón porque ella y los suyos (los políticos) han conducido a España hasta el matadero de la historia, destrozando la economía, el prestigio y la alegría de sus ciudadanos.
Todos estos pesados "pecados", cometidos por ella, por acción u omisión, como dirigente político, quizás sí expliquen su dimisión, consecuencia del hartazgo y del deseo de que los últimos años de su vida transcurran en la decencia y el amor de la familia, libre de la suciedad política en la que ha vivido durante décadas.