España y la “leyenda negra” que no fue tal

Publicado el 17 octubre 2014 por Liberal

Estimados señores lectores: El autor de este artículo que comparto con ustedes es don Javier, del blog La voz liberal. En estos días de esclavitud financiera y de tantas ideas falsas por ser demasiado políticamente correctas, no es muy habitual que salgan voces derrumbando mitos contra España en las Américas, especialmente el trato de nuestra patria hacia los indios que ya habitaban en esas tierras a veces tan inhóspitas. La idea de republicar o “rebloguear” el artículo de don Javier me vino a la mente el otro día cuando en Facebook, critiqué un artículo escrito por una joven norteamericana contra los funcionarios españoles (como si eso de tener funcionarios bordes fuera una cosa solo española y no global…). Muchísima gente en el mundo, especialmente americanos (norte y sur) y británicos, critica las formas españolas de tratar a la gente. Yo, sin embargo, siento que una de las cosas que más echo de menos de España estando fuera es el trato seco y al grano de la mayoría de españoles cuando hablan. Yo no resisto los rodeos, la diplomacia excesiva, el exceso de “gracias y por favor”, sonrisa eterna, de las Américas. “¿Qué tal está su comida? ¿Rica?” Sí.
15 minutos después: “¿qué tal está ese queso y postre?” Rico todo, no te preocupes (con la comida aun en la boca). Coño, déjame terminar el puñetero plato. Si no me gusta algo ya te avisaré yo, que no te quepa duda. Todo eso viene a colación porque hay cosas que dicen en el extranjero sobre España que son totalmente falsas – entre ellas, está la leyenda negra aún difundida en no pocos libros de historia en EEUU o Reino Unido. Uy pero “qué raro” que yo esté defendiendo a España ¿no? Pues no, la verdad que no. “Que sí, Alfredo, que sí. Es que en el Instituto Juan de Mariana me contaron que querías ser inglés”. Ohh, pobrecitos. Es que resulta que soy anti-gilipollas y cuando alguien defiende burradas o falsedades, sea español o chino, les refutaré duramente. Pero eso no me hace “pro-inglés” si critico el catolicismo español en su historia. Me hace, simplemente, liberal. Pero ese tipo de razonamiento se le escapará a un libegal del Mariana. Lejos de ser “pro-inglés”, tengo un sentimiento hispanista muy arraigado. Pero para mí, el hispanismo no debe interpretarse como algo “católico” sino como una forma universal de vivir y ver la vida. Es necesario ver más defensa de los hechos con respecto a España y dejarse de pensar que todo lo “anglo” es necesariamente mejor. Sin duda, librarse del yugo papista fue increíblemente positivo para los pueblos anglosajones, pero en otros aspectos pueden dejar mucho que desear. Pero bueno, no quiero decir más para no distraer de la entrada principal hoy.

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Es de sobra conocido que un país no vive de su pasado sino de su presente. Hay países como España o Inglaterra con un pasado esplendoroso pero con un presente más bien mediocre. Es una realidad. Pero nunca está de más conocer un poco el pasado, sobre todo cuando en estos países hay una tendencia tan acusada, sobre todo desde hace pocas décadas, a pretender autoimponerse duras penitencias por supuestos hechos de hace muchos siglos. Es verdaderamente curioso. Nadie aceptaría tener que cargar con delitos y pecados de sus propios abuelos y, no obstante, entre los europeos hay muchos españoles e ingleses que aceptan muy gustosamente llevar el “sanbenito” de la culpa de los “crímenes” que hace siglos habrían cometido la Monarquía Hispánica o la Británica en las Américas, o belgas con los de Leopoldo II en el Congo Belga, por poner algunos ejemplos.

Los ingleses han sufrido también su “Leyenda Negra”, pero la que me ocupa aquí es la española, la que acusa a España de “genocida” y “esclavizadora” de los pueblos americanos durante la conquista, puesto que está basada en numerosas acusaciones falsas e infundadas, que a base de ser repetidas y repetidas han creado en el ideario popular una mitología que ha llevado a que hayamos terminado por creérnoslas hasta los propios españoles.

Aunque de este tema ya he publicado algo en otras ocasiones, no está de más aprovechar que hoy es el conocido como “Día de la Hispanidad” para recordarlo. A veces soy un poco machacón con algunas cosas, pero también es verdad que con el tiempo se van incorporando lectores nuevos que, lógicamente, no saben qué opino de asuntos que haya tratado alguna vez hace ya varios años, como es el de la conquista y colonización de América por los españoles.

Este proceso de colonización se produce a través de una conquista, cierto, tras la cual se derrota mediante las armas a una serie de imperios y pueblos indígenas. A lo largo de la historia, todo proceso de conquista y colonización se realiza siempre mediante la guerra y las armas. Muchos siglos antes de la conquista de América, el Imperio Romano había invadido y conquistado el territorio que actualmente es España, derrotando a celtíberos, lusitanos, astures y cántabros. Tras la conquista comenzó la romanización de la Península mediante la implantación de su civilización, su organización y la adopción de la lengua latina, de la que terminaría derivando el castellano y otras lenguas de España. El caso es que nadie habla en este caso de “genocidio” o “esclavización” de los pueblos con que se encontraron los romanos al llegar a la Península, sino más bien de la herencia que dejó su paso por aquí.

La historia del surgimiento y la expansión de las civilizaciones es, al final, la historia de una sucesión de guerras y conquistas. Y en el caso de la conquista española de América, aunque es evidente que hubo episodios en que algunos de los españoles que llegaron a esas tierras no dieron un trato muy digno e incluso esclavizaron o mataron a muchos indígenas, el trato general de España hacia los nativos americanos no fue de esclavitud ni genocidio. Es más, fue la propia Reina Isabel la Católica la que decretó después de que Colón regresara de su primer viaje que los indios no debían ser considerados como “pueblos colonizados”, sino como súbditos de pleno derecho de la Corona de Castilla, al considerarse parte de la misma los nuevos territorios descubiertos.

Desde ese momento empezaron a dictarse multitud de normas, leyes y decretos oficiales que protegían a los indígenas de cualquier abuso, como la Instrucción Real para el segundo viaje de Colón, donde se establece qué hacer con los nativos que se habían traído a la vuelta del primero: “Que procure la conversión de los indios a la fe: para ayuda de lo cual va Frai Buil con otros religiosos, quienes podrán ayudarse de los indios que vinieron para lenguas. Para que los indios amen nuestra religión, se les trate muy bien y amorosamente, se les darán graciosamente algunas cosas de mercaderías de rescate nuestras: i el Almirante castigue mucho a quien les trate mal”.

En la Real Cédula de 20 de junio de 1500 se dice sobre los indios vendidos en la ciudad de Sevilla: “Ya sabéis cómo por Nuestro mandado tenedes en vuestro poder en secuestración o depósito algunos Indios de los que fueron traídos de las Indias e vemdidos en esta cibdad a su Arzobispado y en otras partes de esta Andalucía por mandado de Nuestro Almirante de las Indias, los cuales agora Nos, Mandamos poner en libertad, e habemos mandado al Comendador Frey Francisco de Bobadilla que los llevase en su poder a las dichas Indias”.

No quiere decir que todo fuera maravilloso ni perfecto. Estamos hablando del contexto de esa época. Por ejemplo, hubo muchas muertes y enfermedades entre los indígenas por duras condiciones de trabajo, sobre todo en las minas de oro y plata. Lo que ocurre es que estas muertes y enfermedades no eran patrimonio exclusivo de los indios, sino que en aquellos tiempos afectaban por igual a todos los españoles que no fueran ricos, fuese en España o fuese en las Américas, cayendo igualmente como moscas al desempeñar ese tipo de labores, no que hubiese un “propósito genocida” contra los indios americanos. La única diferencia en las condiciones es que los españoles pobres que viajasen a América tenían posibilidades de enriquecerse allí y de pasar a formar parte de las élites.

Estas declaraciones referentes a los indígenas tienen su origen en el hecho de que esos territorios recien descubiertos en América no tenían la consideración de “colonias”. La Corona de Castilla no tenía colonias. En las Leyes de Indias se habla en todo momento de Reinos, Provincias, Territorios, y, posteriormente, de Virreinatos, incorporados de pleno derecho a España, y cuyos súbditos poseían un estatuto idéntico al de los peninsulares, con la excepción expresa del monopolio comercial de Castilla, que empezó a desmoronarse en el siglo XVIII. Los comerciantes españoles de la península nunca comerciaban con países con los que España estuviese en guerra, siendo muy habitual que en aquella época el enemigo fuese Inglaterra. Pero los españoles de las Américas, quienes veían muy lejanas estas guerras europeas, pese a las prohibiciones no tenían mayor problema en intentar comerciar tanto con Inglaterra como con sus colonias norteamericanas, lo que empezaron a hacer a lo largo del siglo XVIII mediante el contrabando. Este contrabando llevó a las tierras españolas de América muchas mercancías inglesas, pero también mucha propaganda antiespañola inglesa (precisamente, muy basada en la “Leyenda Negra”), la cual, junto con la propaganda jacobina, terminaría calando en las élites criollas hasta el punto de ser un elemento muy importante en el origen de los procesos de independencia de los países hispanoamericanos.

A medida que se ampliaba la conquista durante el siglo XVI, siguieron promulgándose leyes para procurar el buen trato a los indígenas. El 27 de diciembre de 1512, España abolió la esclavitud indígena mediante las Leyes de Burgos, que establecieron que el Rey de España tenía derecho a “justos títulos” de dominio del Nuevo Mundo, pero sin derecho a explotar al indio, que era hombre libre y podía tener propiedades, pero que como súbdito debía trabajar a favor de la Corona sin mediar la esclavitud, retribuido y con libertades garantizadas, a través de los españoles allí asentados.

En 1542, durante el reinado de Carlos I, se promulgaban las Leyes Nuevas, en las que se proclamaba de nuevo la libertad de los indios y la supresión de las encomiendas, así como se regulaban los tributos que aportaban, como súbditos de la Corona. En resumen, estas leyes determinaban en relación con el trato con los indígenas que no hubiera causa ni motivo alguno para hacer esclavos, ni por guerra, ni por rebeldía, ni por rescate, ni de otra manera alguna, que los esclavos existentes fueran puestos en libertad, si no se mostraba el pleno derecho jurídico a mantenerlos en ese estado, que se acabara la costumbre de hacer que los indios sirvieran de cargadores sin su propia voluntad y con la debida retribución, que no fueran llevados a regiones remotas con el pretexto de la pesca de perlas, entre otras. También se dictó orden a la armada española para la persecución y castigo de las naves esclavistas inglesas, holandesas y portuguesas que surcaban el Caribe con destino a las colonias británicas y a Brasil. Sobre las encomiendas se ordenó que los oficiales reales, del virrey para abajo, no tuvieran derecho a la encomienda de indios, lo mismo que las órdenes religiosas, hospitales, obras comunales o cofradías, y que el dominio de los primeros conquistadores sobre los indios se terminara al morir aquellos, siendo puestos los indígenas bajo la potestad de la Corona, sin que nadie pudiera heredar su tenencia y dominio.

No obstante estas leyes, pues es cierto que en la práctica los españoles no siempre se portaron bien con los indígenas en las Américas y a veces hubo bastantes abusos de poder, pero no masacraron a nadie, ni mucho menos hubo ningún “genocidio” (todavía quedan muchísimos indios y sus descendientes en Sudamérica), más masacraron algunos pueblos indios a otros. Ni robaron nada: el oro para los indios no era más que un pedrusco dorado, ellos ni siquiera sabían qué hacer con el oro ni lo usaban mucho. Para los indios, que se llevasen el oro es como si se hubiesen llevado un pedrusco amarillo. Nadie tiene la culpa de que no lo hayan valorado ni hayan sabido defenderlo.

España no sólo conquistó, también colonizó, construyó pueblos y ciudades, puentes y carreteras, evangelizó toda América desterrando terribles ritos indígenas con sacrificios humanos en muchos casos, o adorando a la luna y el sol, dimos un mismo idioma rico y común, etc. España fue la responsable de haber trasladado a América el urbanismo, el derecho, las economías estructuradas, la agricultura, las universidades, las catedrales, las técnicas arquitectónicas, la influencia del Renacimiento, la imprenta, la rueda, la escritura, la música o la fe, entre otras infinitas cosas. Los españoles fundaron 23 universidades en América que daban educación a casi 200.000 alumnos de todas las clases sociales y razas (Portugal no fundó ninguna en Brasil durante su periodo colonial, mientras que la Inglaterra colonial de entonces, por ejemplo, hasta ese momento se había preocupado más bien poco por educar a sus indígenas), y a través de la península, hacían llegar a América todas las corrientes intelectuales y de las artes que pasaban por aquel entonces por España. Tras el descubrimiento, lo que hicimos fue apropiarnos de territorios que no eran de nadie o de indígenas a quienes sacamos de la barbarie y los llevamos a la civilización. Varios siglos después del descubrimiento, una urbe como la ciudad de México era una de las más grandes y ricas del mundo, e Hispanoamérica estaba entre las regiones más prósperas del planeta, con ciudades como Lima o Bogotá (o la propia Ciudad de México) entre las más importantes de aquel entonces.

España no fue a América para sacar de allí todos los recursos que encontrase y largarse acto seguido, sino para quedarse, para construir y para fusionarse con el nuevo mundo que había descubierto. Y esa fusión generó una cultura, la hispánica, conformada por una comunidad de naciones que hoy comprende a 450 millones de personas. Una cultura, hay que decir, bastante fuerte, puesto que no depende de la vieja metrópoli: si nos fijamos en muchas cosas de los países hispanoamericanos, en más de una son muy “españoles”, pese a todas las mezclas que hay allí entre descendientes de españoles de origen, los mestizos y los que aún quedan de pueblos originarios que no se hayan mezclado con los anteriores. Salvo EEUU (cada vez menos, eso sí), Canadá, Australia o Nueva Zelanda, es decir, salvo los países donde los anglosajones aún son los dominantes, allí donde los ingleses han estado y se han ido, casi nada ha quedado de su cultura. Ni la India, ni Pakistán, ni Egipto, etc… han continuado siendo culturalmente “anglos”.

Todo lo contrario no es más que revisionismo histórico ridículo mezclado con el mito del “buen salvaje”, según el cual habría que haber dejado a los “pobrecillos indios” en sus sacrificios humanos y su salvajismo, en lugar de incorporarlos a la modernidad y la civilización.