"Yo entiendo a Hitler aunque entiendo que hizo cosas equivocadas, por supuesto. Sólo estoy diciendo que entiendo al hombre, no es lo que llamaríamos un buen tipo pero simpatizo un poco con él", ha espetado en la rueda de prensa de presentación del filme al haberle preguntado por su acercamiento al judaísmo.
"La única que cosa puedo decir es que durante mucho tiempo pensé que era judío y estaba contento. Luego comprendí que no lo era. Quería ser judío pero en realidad me di cuenta de que era un nazi porque mi familia era alemana, lo cual también me agradaba", fue el inicio de su argumentación.
Al final intentó suavizar: "No estoy a favor de la Segunda Guerra Mundial ni estoy en contra de los judíos". Pero la polémica ya había explotado.
Con un "joder" escrito en sus nudillos cual homenaje a Robert de Niro en El cabo del Miedo (¿estará haciendo la pelota al presidente del jurado?) y con frases lapidarias como las anteriores todo parece un movimiento calculado para crear un interes mediático desmedido para su cinta.
En realidad, todo había empezado suave, sin la prepotencia que le hizo autodenominarse "el mejor director del mundo" dos años atrás en la presentación de su anterior filme; el director danés parecía ajustarse hoy a la norma de que después de la tormenta viene la calma para despojarse de su obsesión por el sufrimiento, su misoginia y su tendencia al exceso.
Él mismo definía su filme como "romántico", aseguraba que su película no parece suya, que su "look" le recordaba a esas cintas que detesta y que en su próximo filme quería radicalizar sus posturas y rodar pornografía.
Pero también reconoció su alegría por volver a Cannes, lugar que le premió con la Palma de Oro con Dancer in the Dark, e inauguró el influyente movimiento Dogma 95 con Los idiotas.
"He tenido muchas fases melancólicas en mi vida, pero hoy estoy muy contento de estar aquí", reconocía con cordialidad para sorpresa de los asistentes, sin que se pudiera prever el giro que daría la comparecencia, que ha dejado la calidad artística de esta aproximación intimista al apocalipsis en un segundo plano.
Una lástima, puesto que así desvió la atención de Melancholía que es el equivalente a los ejercicios de desarme de otros cineastas como Cronenbergh y su Eastern Promises o Lynch y su The Straight Story, de manera que, lejos de perder la firma, la hacen emerger desnuda y con más fuerza que nunca.
Por supuesto, hay grandilocuencia, hay cóctel de referencias artísticas, hay Wagner y hay un planeta que arrasará la Tierra. Pero la película "no es sobre el apocalipsis, sino sobre la necesidad de expresarse", que no es sino el punto fuerte de los grandes autores escandinavos de todos los tiempos.
Pulcra visualmente, equilibrada en su acercamiento a unos personajes desequilibrados y filosófica en su acercamiento al eterno dilema entre ciencia e intuición, la cinta arrancó, si bien no una ovación cerrada, sí la complicidad de un público mucho más amplio del que suele acompañar a un director que levanta tantas pasiones como odios.
Kristen Dunst, la novia que entra en depresión tan solo horas después de decir el "sí quiero", es la protagonista de este díptico de la complejidad femenina. El otro lo dirige Charlotte Gainsbourg, como su controladora hermana, aterrada por el fin de los tiempos.
Y aun en la cuenta atrás de la especie humana, no dudarán en sacar los trapos sucios para completar el cuadro psicológico familiar Charlotte Rampling, como la despiadada madre, y John Hurt como el desprendido padre.
Dunst, que ya estuvo en Cannes como la María Antonieta de Sofia Coppola, deslumbra esta vez por su ductilidad a la hora de mostrar el abanico de fortalezas y fragilidades de su personaje, Justine. Y su interpretación suena a premio si al final el jurado se ciñe a criterios estrictamente cinematográficos.
"La depresión en el fondo es un proceso de abrirse de par en par y fortalecerse", ha dicho la actriz.
Lars von Trier también se acaba de recuperar de una depresión. Y sí, ha vuelto muy fuerte.
Fuente: RPP
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