Cantamos a lo que no tenemos y aspiramos a lo que no podemos alcanzar, comentaba hace unos días el periodista Jorge Marirrodriga, en un artículo sobre la búsqueda de la felicidad como anhelo vital, pero un servidor, como mi amigo Hegel, es de los que piensan que la historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad, sino que más bien, los tiempos felices son en ella páginas en blanco.
Decía ayer una entrevistada por este periódico, comenzaba escribiendo Marirrodriga, que “igual tenemos que asumir que no se puede ser feliz siempre y no pasa nada”. Se trata de una persona joven, con iniciativa e interés por el mundo en el que vive y, por tanto, no responde al estereotipo que hemos fabricado los demás sobre una juventud alienada, voluble y sin rumbo. Pero es curioso que apunte a la búsqueda de la felicidad —al menos lo que se nos propone como tal— con el término “pandemia”.
Si encuentran algo de nuestra civilización —cosa que un servidor duda— los arqueólogos de dentro de 5.000 años verán felicidad por todas partes: en la omnipresente publicidad, con consignas famosas como “destapa la felicidad”; en los cuentos infantiles, con su “y vivieron felices para siempre”; en los millones de caritas felices que a diario viajan de un teléfono a otro por todo el planeta; en los libros de autoayuda que se expanden por las estanterías prometiendo la llave de ¡la felicidad!; en textos legales como la Constitución de EE UU, donde se le reconocen al hombre ciertos derechos inalienables, “entre ellos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”; en las letras de las canciones, que van del edulcorado y edulcorante Felicidad de Romina y Albano al práctico y contundente Yo para ser feliz quiero un camión, de Alaska y Loquillo. Hay excepciones llamativas: En los Evangelios prácticamente no se dice “felicidad”. Dependiendo de la versión, ninguna o una sola vez.
Cantamos a lo que no tenemos y aspiramos a lo que no podemos alcanzar. Somos humanos. Es cierto que esa búsqueda puede convertirse en persecución y esa inquietud, en enfermedad. Y si es generalizada, en una pandemia. Pero, si lo pensamos detenidamente, ese anhelo es el motor que, al final, nos mueve. Tal vez no se puede ser totalmente feliz todo el tiempo. Pero podemos descubrir atisbos de felicidad en las cosas sencillas, ya sea paladear una cerveza o dejar de mirar al suelo y hacerlo a la cara a la gente. Por ahí se empieza.Seguramente perseguir la felicidad es doloroso y frustrante y encima puede que la cosa acabe mal. O no. En la duda —y la esperanza— que genera ese “o no” reside lo importante. Chesterton decía que si de verdad vale la pena hacer algo, entonces vale la pena hacerlo a toda costa. Y ya lo canta Meat Loaf: recorrer todo el camino solo es el comienzo. Hoy es lunes. Y no pasa nada.Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)