Especial Harry Potter. 'El Cáliz de Fuego'

Publicado el 03 septiembre 2011 por Cinefagos

Cuando se empezó a adaptar la cuarta novela de J.K. Rowling, Alfonso Cuarón la rechazó al estar aún involucrado en el montaje de “El Prisionero de Azkaban”. Las películas estaban a punto de tomar un ritmo bastante frenético, ya que, una vez rodadas las tres primeras, el cambio físico del trío protagonista era más que evidente. Los niños crecían rápido, y los productores temían que no pudiesen pasar por chicos de catorce años si se demoraban demasiado. De modo que saltaron las alarmas, no sólo por parte de los fans, sino también de la prensa que, con ánimo de ser morbosa, empezó a dar pie a la posible salida de algún miembro del reparto. El propio Cuarón dijo en una entrevista que “tarde o temprano” alguno debería salir, pero no era una decisión fácil de tomar. Los personajes de Rowling habían conseguido un rostro perfecto con Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson, y cambiarlos podría haber sido un remedio peor que la enfermedad. ¿Cambiaríais a Harrison Ford como Indiana Jones? ¿o a Sylverster Stallone como John Rambo? Al final, como hemos podido comprobar, todo el reparto permaneció hasta el final, pero no fue fácil. Emma Watson, una chica que a mí me parece muy profesional e inteligente (cuando la entrevistas es tu mejor amiga) estuvo a punto de caerse de los rodajes en varias ocasiones, que tal vez no fue sino una forma de conseguir un aumento de sueldo. Además, ya entramos en la adolescencia pura y dura, por lo que controlar a un reparto casi enteramente formado por chavales no debió ser fácil.

De modo que Mike Newell se encargó de la dirección, siendo el primer hombre totalmente británico en ocupar la silla de dirección, y sería él el encargado de ocuparse de uno de los libros más emocionantes de la saga, porque significaría el regreso del señor Oscuro y donde la infantilidad y el optimismo que ya habíamos empezado a empañar en “El Prisionero de Azkaban” desaparecería por completo y la serie de “Harry Potter” se transformarían en algo mucho más tenebroso, directo y cruel.

Al principio, “El Cáliz de fuego” estuvo a punto de ser dividido en dos películas, ya que era bastante denso y mucho más largo que los libros anteriores. Pero lograron condensarlo todo a costa de eliminar algunas tramas secundarias, algo que no a todos los fans les gustó, pero hay que entender que el cine y la literatura son medios diferentes. En el cine hay una duración determinada que influye en la duración de un film, y aunque los libros también usan el tijeretazo, creo que son más permisivos. Toda la exploración y evolución de los personajes tiene que ser simplificada, de ahí que se eliminen cosas que, en ocasiones, están bien en la sala de montaje y otras veces nos puede parecer una decisión atroz. De modo que empezaron por el principio: eliminando a los Dursley del metraje, cosa que es verdaderamente una lástima, ya que en el libro, los Weasley van a casa de sus tíos para recoger a Harry, y teniendo en cuenta lo diferentes que son las dos familias, os podéis imaginar el resultado que incluye la destrucción del salón. Al menos mantuvieron el capítulo inicial, donde vemos a un Voldemort corpóreo aunque débil, pero eliminaron parte de la historia familiar del villano, algo que volverían a hacer más adelante.

Más tarde, ya en “La Madriguera”, conocemos a los restantes miembros de la familia Weasley, y atisbamos que Percy, uno de los mayores y el arquetipo de amante del papeleo y la burocracia, está escalando puestos trabajando en el ministerio. Es pedante y odioso, lo que le diferencia de sus hermanos, a los que vemos muy emocionados por algo que tendrá lugar ese año en el colegio, algo de lo que no pueden hablar pero que sin duda será muy relevante. Harry ya tiene bastantes preocupaciones encima. Ha soñado con Voldemort y sus intenciones de matarlo, y el recurso narrativo del sueño (qué luego será más explotado) sigue funcionando para hacernos a ver al chico como protagonista absoluto. Incluso cuando no debería estar, Harry Potter está en la escena.

Conforme avanza el metraje, nos damos cuenta de que han simplificado las  tramas de una forma impresionante. No hay rastro de esa empleada del ministerio desaparecida, ni de los hermanos Charlie y Bill Weasley, ni Percy aparece por ningún lado. Ludo Bagman es alguien a quien sólo conocemos los lectores y Barty Crouch, quien tiene un papel importante en la trama, aparece lo justo y necesario. Las novelas, que han ido creciendo en grosor en cada nuevo libro, buscan darle más forma aún al mundo mágico, a costa de perder frescura y entretenimiento. Por todos lados aparecen colegios, personajes secundarios o terciarios, razas y elementos que son entretenidos de asimilar, pero que no parecen servir a un fin claro. Incluso la estructura “Sherlockiana” del libro acabará siendo un poco más aburrida, porque al fin y al cabo ya nos lo vemos venir, y para sorprendernos, hacen un giro más grande aún de guión.

En el film tampoco hay rastro de los pequeños problemas que tuvo el nuevo profesor (yo creo que pasa algo con ese puesto, la verdad, no sé cómo la gente se sigue presentando) de Defensa contra las Artes Oscuras, Alastor Moody, también conocido como Ojoloco porque tiene un ojo mágico insertado en su cuenca con el que puede verlo todo. El actor elegido para interpretarlo fue idóneo, ya que clava las pintas a medio camino entre borracho y vagabundo que tiene el personaje, y que se nos muestra como hosco y hasta hostil, pero que parece tener un gran talento para la magia oscura. Magia que, una vez más, exploramos a base de los parcheados habituales de la saga al conocer no sólo las maldiciones imperdonables, sino que los seguidores de Lord Voldemort se hacían llamar Mortífagos (un nombre que asocia la muerte, lo cual es muy curioso) y que son los responsables de un altercado en los Mundiales de Quidditch, donde una elfina doméstica llamada Winky (otro personaje desvanecido) parece ser inculpada, lo que trae de nuevo a primera línea las diferencias sociales entre magos y criaturas, donde los primeros parecen otorgarse demasiada importancia. Esto hará que Hermione funde una asociación donde se dedica a luchar por los derechos de los elfos llamada P.E.D.D.O. que no sé cómo se escribirá en inglés, pero que tiene finta de seguir el mismo camino algo loco que tiene toda la saga. Hermione en este libro se convierte en todo un coñazo, hasta el punto en que ni siquiera sus propios amigos acaban por comprenderla y la dejan a su aire, aunque también es cierto que todos tendrán sus más y sus menos en una época marcada por los cambios hormonales y la aparición de las primeras relaciones románticas. Además, Emma Watson ya empezó a destacar aquí como un posible mito erótico pasajero, algo típico en una estrella infantil femenina, y si alguien a día de hoy quisiera darle un bombazo publicitario a su película, lo único que debería hacer sería contratar a esa actriz y anunciar una escena de sexo o de desnudo. Pero a pesar de que su belleza empezó a pasar de “niña mona” a “chica guapa”, sus dotes actorales sufrieron un gran bajón, limitándose en algunos momentos en mover las cejas, como en el trayecto en el tren camino a Hogwarts.

Pero, de vuelta al colegio, resulta que Hogwarts ha sido el lugar elegido para celebrar “El torneo de los tres magos” (más que previsible título provisional del cuarto libro y que no hubiera estado tan mal), un acontecimiento histórico donde tres campeones de tres colegios de magia distintos para que participen en tres pruebas distintas. Hay un premio en metálico, claro, y también algo más: la gloria eterna que conseguirá el campeón del torneo. Es más que lógico que muchos sean los que se quieran presentar, pero hay una regla especial: nadie menor de diecisiete años podrá presentarse al torneo, lo que deja fuera a nuestros protagonistas. Un objeto, el cáliz de fuego, será quien elija a los campeones de entre todos los nombres que hayan sido arrojados dentro. También conocemos a los posibles campeones de otras escuelas, y nos hace preguntarnos cuántas de estas habrá repartidas por el mundo, aunque era lógico que no sólo podría haber una. Las escuelas Beauxbatons y Durmstrang, de Francia y Bulgaria, son las invitadas de honor ese año, y de ellas saldrán elegidos Fleur Delacour y Viktor Krum, éste último, un jugador de Quidditch profesional y el héroe de Ron. En cuanto al campeón de Hogwarts, el elegido es Cecric Diggory, de la casa Hufflepuff, un chico tan apuesto, simpático, agradable, majo y etc etc que es admirado por todos. Cedric es el paradigma del chico popular del instituto, perteneciente a una casa poco agraciada. Sin embargo, en la ceremonia de selección algo ocurre, y el nombre de Harry Potter, de catorce años, sale también del cáliz.

Esto significa que él está obligado a competir en el torneo, lo que no sienta muy bien a nadie. Y cuando digo a nadie me refiero obviamente a los campeones de los otros colegios, al propio Cedric, que no ve con buenos ojos tener que competir con él, ninguno de los directores y, sorprendentemente a Ron Weasley. El que ha sido siempre el mejor amigo de Harry ahora no le habla, y desde luego, no cree las explicaciones que Harry da acerca de que él no ha tenido nada que ver. Y es que Ron parece tener celos de su amigo, ya que todo le ocurre a él, él es el importante, mientras que cuando está a su lado, nadie mira a Ron y se limita a hacer el papel de típico amigo gracioso e invisible. No ayuda para nada el hecho de que Viktor Krum, el tipo famoso del lugar, esté tirándole los trastos a Hermione, por lo que ya vislumbramos una tensión sexual entre nuestros personajes. Se producen también algunas conversaciones incómodas, cuando Ron, como un adolescente cabreado normal y corriente, dice odiar ser pobre. De modo que Harry se siente muy solo en Hogwarts, porque una vez más todo el mundo parece empeñarse en protegerle. Apenas tiene libertad para moverse por ahí y eso hace que llegue a la primera prueba con los ánimos por los suelos, ya que si aguantar todo eso era poco, aún queda por llegar Rita Skeeter, una periodista que parece estar empeñada en presentar a Harry como absoluto protagonista del torneo, pasando olímpicamente de entrevistar a Cedric y los demás campeones y transformando las más que escuetas declaraciones de Harry en profundos y lacrimógenos discursos que hacen que todos le odien al pensar que es un presumido empeñado en acaparar la atención.

La primera prueba consiste en burlar a un dragón real y enorme, una hembra en periodo de incubación y robarle un huevo de oro que contiene la pista para pasar a la siguiente fase. Ayudado por Ojoloco, Harry aprenderá un par de hechizos que valen la pena. Y cuando consigue hacerse con su escoba, todo parece mucho más fácil, ya que es una versión monstruosa del Quidditch, con la diferencia de que en esta ocasión el equipo contrario escupe fuego. Esta puede ser posiblemente una de las mejores escenas de la película, con ese aire adolescente de Harry, esas greñas, la chaqueta y los efectos encargados de dar vida al dragón. Por supuesto, y como nuestro chico es el protagonista del libro, le toca el peor dragón y además que éste se escape e intente matarlo por todos los terrenos del castillo (atentos a lo trabajado de las tejas destrozándose). El pobre parece tener mala suerte.

Tras la odisea, Ron parece hacer las paces con Harry, al comprender que nadie en su sano juicio intentaría colarse en el torneo sin estar preparado. Aun así, le costará salir adelante, ya que los demás siguen prefiriendo a Cedric, decididamente más agraciado, más atractivo como campeón. Quizá el propio Harry no le soporta, ya que él es consciente de todo esto, y además, nuestro protagonista se enamora de una chica llamada Cho Chang, quien será la pareja de Cedric en el próximo baile de Navidad. No hay más que añadir. ¿Soy yo o en el momento en que Harry se decide a pedir a las gemelas Patil que sean sus parejas, éstas llevan la chaqueta rosa de Hermione en “El prisionero de Azkaban”?

En la segunda prueba, Harry deberá meterse en el lago que rodea el castillo para rescatar a uno de sus amigos, y allí se verá que Harry o es tonto, o tiene una suerte impresionante. Ya que aunque es el último en acabar la prueba, insistió en salvar a todos los rehenes. (En particular a la hermana de Fleur, quien, por cierto, parece no tener otro papel en esta película que pasar desapercibida). Poco después, reaparecerá Barty Crouch, quien estaba desaparecido, y parece estar en trance, o luchando por escapar de él. Harry ya tenía sospechas de que ocurría algo con él ya que a pesar de sus frecuentes ausencias, aparecía por las noches en el mapa del merodeador. Pero, mientras Harry va a buscar ayuda, Crouch desaparece de nuevo, tal vez para siempre.

Aquí tenemos muchas cosas de las que tirar. Harry estaba dando una vuelta con Krum, quien está interesado en Hermione, pero cuando Sirius Black se entera de lo ocurrido, la bronca que le echa a su ahijado es descomunal. Se comporta exactamente como lo haría un pariente preocupado, de la misma forma que la madre de Ron, con sus comentarios afilados que hacen sentir incómodo a su hijo adolescente. Y poco después de la prueba, hay uno de esos elementos que la autora gusta tanto en meter en los relatos (ese escarabajo, que aparece muchas veces “casualmente”). Sin embargo, en la película el papel de Rita Skeeter no es más que un cameo. La muerte de Crouch (al menos en la película) nos sirve para avanzar un poco en la historia mediante otra sesión de recuerdos en los que Harry se verá inmerso. Allí, es testigo de una serie de juicios, donde Barty Crouch se comportaba como un tipo duro y ansioso de poder. Para él, la reputación lo era todo, y cuando su propio hijo, un adolescente, se alió con los mortífagos, sus posibilidades de convertirse en Ministro de Magia o de prosperar en cualquier ámbito social se vinieron abajo. De modo que lo condenó a la prisión de Azkaban, donde murió poco después. Entonces vemos a Crouch como un personaje al que no podemos catalogar entre “buenos” y “malos”, de la misma forma que Igor Karkarov, director de Durmstrang, logró escapar de la cárcel traicionando a muchos mortífagos, y también tenemos una revelación brutal sobre Severus Snape, de quien Karkarov afirma que es un mortífago, a pesar de que Dumbledore le defienda. Ya decíamos nosotros que no nos caía bien por una razón, pero la duda persiste, y no sabemos si podemos fiarnos de él. Esta dualidad será la que le convierta en el mejor personaje (un poco forzada, la verdad, como si de un culebrón se tratase), y la autora jugará con ella hasta sus últimas consecuencias.

Pero sigamos adelante con la tercera prueba. Se trata de un complejo laberinto plagado de criaturas mágicas (que fueron eliminadas en la adaptación al cine) y en cuyo centro se encuentrala Copa de los tres magos. El primero que la encuentre será el campeón. ¿Fácil, verdad? Si nos fijamos bien en Krum, se nota el momento en que es hechizado, y hasta nos resulta simpático el momento en que Ojoloco le hace un guiño a Harry para decirle dónde está la copa. Pero pronto los setos se cierran y empieza la oscuridad. Fleur, como no puede ser de otra forma, es la primera en caer, mientras que Cedric es atacado por Krum. Pero ni Harry ni Cedric se fían tampoco el uno del otro, ya que no hay que olvidar que están compitiendo. Sin embargo, serán los dos juntos quienes encuentren la copa, y por un detalle más del buen corazón de Harry, decide compartir la victoria con Cedric y sentenciándole así a ser el primer personaje bueno de la saga al que veamos morir, y además sin miramientos. Es la escena del cementerio.

Entonces quizá nos acordemos de que en “La piedra filosofal”, un jovencísimo Harry tenía un encuentro con Firenze, uno de los centauros del bosque prohibido, quien le dijo que las estrellas auguraban un breve periodo de calma entre dos guerras, y como siempre, los inocentes son primeros en morir. Cedric Diggory cae fulminado al suelo, boca arriba y con los ojos abiertos, y vemos que definitivamente se acabó el cine infantil para Harry Potter. Presenciamos entonces un (para algunos miembros de la iglesia católica, completamente real y por tanto, maléfico) ritual de magia negra que nos devuelve, a través de carne, sangre y hueso, a un Lord Voldemort renacido en su esplendor. La sangre es un detalle interesante, porque al tener la de Harry, Voldemort podrá pasar por encima la barrera que Lily Potter le puso a su hijo al sacrificarse por él. Y en cuando a la carne… bueno, este es uno de los fallos más gordos de todo el libro, algo que pintaba muy muy bien y que de pronto se vino al traste, como si Rowling no tuviese ganas de escribirlo y el director, menos ganas de filmarlo. Peter Pettigrew se corta una mano, y Voldemort le entregará una especie de extremidad de plata con muchísima fuerza (vamos, si es que más claro…)

Luego, Voldemort llama a sus secuaces, que aparecen en el cementerio sorprendidos por lo que ven. No hay duda de que algunos de ellos estaban mejor con su amo perdido y olvidado, y éste se lo hace saber, criticándoles por no haberle buscado. Aquí y allí hay huecos en la legión, con todos los caídos, los perdidos, los cobardes y el más fiel servidor, que está en Hogwarts. Aquí pensamos en Snape… y en Karkarov, maldito discurso abstracto…

Entonces Voldemort quiere acabar lo que empezó, por enésima vez. Reta a un duelo a Harry, pero algo sale mal al conectarse las varitas y empezar a salir de ellas una especie de espectros, fantasmas casi, de todos los hechizos que ejecutó Lord Voldemort. Por lo tanto aparecen Cedric… y los padres de Harry, un detalle curioso que en las primeras ediciones tuvo que ser cambiado porque la autora y editores se equivocaron con el orden en que deberían aparecer. En ese momento Harry logra escapar, coger el cuerpo de Cedric, y regresar.

Cuando aparecer junto con los demás miembros del colegio, se hace patente que algo va mal, y la escena en la que vemos al padre de Cedric llorando ante el cuerpo de su hijo, y a Dumbledore, incapaz de quitar a Harry de encima, son muy dramáticas. Entonces Ojoloco se lleva a Harry aparte, y descubrimos que está más informado de lo que debería. Mientras colapsa sobre sí mismo descubrimos que él es el misterioso traidor que hay en Hogwarts, y que ha hecho todo lo posible porque Harry gane el torneo, y así llevarlo ante el señor oscuro. ¿Y ya está? No, eso sería demasiado fácil, de modo que metemos una larguísima charla entre Dumbledore y este personaje, cuando se descubre que es en realidad el hijo de Barty Crouch, que salió de Azkaban y ha estado transformándose en Alastor Moody todos estos meses. Quizá la sesión de explicaciones en este libro no es tan natural como en los anteriores, ya que empezamos a pensar que todo es demasiada casualidad, demasiado rebuscado como para ser real. Está bien… pero no tanto. Y además, cuando el ministro de Magia se presenta en el castillo, lo hace acompañado de un Dementor que le succiona el alma al hijo de Crouch, con lo que se borra cualquier indicio de que diga la verdad. Además, Fudge no cree a Harry, ya que Rita Skeeter, tras unos cuantos artículos agradables, ha comenzado a tratarle como un enfermo mental peligroso. Esto hace que Dumbledore y el ministerio se separen definitivamente, mientras el primero trata de advertirle a todo el mundo y Fudge se niega en verlo.

J.K. Rowling aseguró que “El cáliz de fuego” sería el libro más largo de la serie, algo que no cumplió con el quinto, “La orden del Fénix”, que con casi novecientas páginas, aumentaría los rasgos distintivos del mundo mágico de Harry Potter y que significaría un paso atrás en la calidad de la saga, sacrificando aún más la frescura para contarnos una historia secundaria sin ningún tipo de interés más que ahondar en unos personajes que ya se han convertido en familiares mientras pende una sombra sobre sus cabezas: Voldemort ha vuelto, con toda su fuerza y dispuesto a sembrar el caos, y esta vez Harry no tiene ninguna defensa posible contra él.


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