En los días que corren, dejar a una sala abarrotada sin habla (nunca mejor dicho) es todo un mérito. No hay nada como la innovación y el riesgo para salir por la puerta grande. El cine suele estar encantado de conocerse. Homenajes a sí mismo a lo largo de su historia no le han faltado. Sin embargo, apostar por una cinta muda y en riguroso blanco y negro no es la manera más común. Valor a Hazanavicius le sobra.
The artist gira en torno a George Valentin, la estrella más famosa del cine mudo venida a menos con la llegada del cine sonoro. La historia no es inédita. La cinta nos recuerda inmediatamente a Cantando bajo la lluvia (1950) y a El crepúsculo de los dioses (1950), aunque tampoco se esfuerza en disimularlo. Ahí radica su encanto. Estamos en la era del 3D y los efectos especiales y, a pesar de ello, un director casi desconocido opta por devolvernos la magia del cine en una de sus épocas más doradas. Una delicia de contenido con un envoltorio que la engrandece.
Mención especial para Dujardin. Renunciar a memorizar un guión escrito por una serie de movimientos coreografiados es una tarea a la que pocos pueden optar. El esfuerzo requerido del lenguaje corporal es el hueso más duro de roer de todo actor y aquí las miradas, carcajadas y tropiezos del actor francés emanan más que talento.
The Artist supone una verdadera proeza al trasladar al respetable hasta las butacas que fueron testigos de la transición del cine mudo al sonoro. Tanto, que una vez alcanzados los títulos de crédito, el espectador tiene la necesidad irremediable de revisar todo aquel cine mudo que hizo más felices aquellos años.
Lo mejor: la permanente sonrisa del espectador durante toda la proyección.
Lo peor: que muchos se queden con el “se parece a ...”