¿Qué tal, Pussycat? supuso la entrada en el mundo del cine del joven Woody Allen, que ya era una gran estrella de la televisión gracias a sus monólogos y colaboraciones en el Show de Johnny Carson, uno de los programas más vistos de los años 60 en Estados Unidos. Como no podía ser menos, dada la nula experiencia en cine del comediante, ¿Qué tal, Pussycat? no surgió de la mente del joven Allen sino que fue un encargo: la idea era hacer una comedia sofisticada pero alocada, muy del gusto de la época, en la línea de las comedias románticas de Rock Hudson y Doris Day, pero algo más picantonas. En este caso, la película iba a suponer un vehículo para las dotes seductoras de Warren Beatty que terminó huyendo al ver el caos de reescrituras en que se estaba convirtiendo la producción.
¿Qué tal, Pussycat? resulta relevante no sólo por ser la primera película escrita y actuada por Woody Allen sino porque reflejaba una serie de temas que serían reseñables en la posterior obra del autor. En primer lugar, está el sexo como motor de los conflictos de los personajes: Peter O’Toole interpreta a Michael James, un guapo mujeriego que no consigue dominar sus impulsos hacia las mujeres mientras Carole, la bella Romy Schneider, sufre los vaivenes y las difíciles intenciones del seductor por sentar la cabeza de una vez. Además, para intentar controlar sus deseos, Michael acude a un psicoanalista austriaco, divertidamente encarnado por Peter Sellers, añadiendo así el componente freudiano que posteriormente estaría tan presente en la obra de Woody Allen. Por último, el propio Allen interpreta a Victor, mejor amigo de Michael y pagafantas de Carole, comenzando a diseñar el personaje Woody Allen, una versión exagerada y mucho más divertida de si mismo que nació en los clubs de monólogos y que tantas películas protagonizará con las décadas.
Al final, y según cuenta el propio Allen, ¿Qué tal, Pussycat? terminó siendo menos divertida de lo que él había planeado a pesar de que consiguió ser un gran éxito de taquilla. Es cierto que la película tiene diversos momentos en los que el verbo de Allen en boca de Sellers consigue arrancar alguna risa, pero es no obstante una película muy menor, con un ritmo completamente desajustado y un absurdo (para mal) ir y venir de personajes que confunde la comedia de enredo con el atropello. Para Allen fue un amargo comienzo en el cine, pero cimentó la idea de que debía dirigir y controlar lo que hacía.