Los supervivientes de una humanidad contaminada sobreviven encerrados en un silo subterráneo en el que hombres y mujeres han creado una sociedad clasista gobernada por estrictas leyes para protegerlos. Sin embargo, alguien quebranta la primera ley. Pide salir al exterior.
El punto de partida de la novela es prometedor, de esos inicios que impactan y te dejan con las ganas de meterte en la historia. Howey ha pensado en un buen anzuelo, y yo he picado. Pero, además del gusanillo ensartado en el gancho, la historia tiene muchos más elementos interesantes.
Dividida en una trilogía, esta primera parte puede leerse tranquilamente y decidir al final si seguir con su particular universo, aunque ya os aviso que los caminos entreabiertos invitan a ello. La ambientación en este tipo de libros cuyo decorado es tan marcado cumple con creces. Aunque sin llegar a la asfixia, el lector se siente atrapado en un mundo de paredes y escaleras, pero con la sensación que podría adaptarse a ello. Igual que los habitantes del silo. Igualmente, cuando los diferentes personajes salen al exterior, el lector sufre cierta agorafobia que le deja intranquilo. Estos dos factores me llevan a la conclusión que el autor ha acertado en la diana. Encuentra un equilibrio perfecto entre lo tolerable y lo insufrible, y eso lo transmite al lector.
Los personajes de la novela están bien dibujados, bien tratados y, lo más importante, evolucionan. Este tratamiento está apoyado por la extensión del libro, con el adecuado ritmo de la historia y con la interacción de sus personajes. Además, imagino que la evolución se vuelve más patente en las siguientes partes de la trilogía. Sin embargo, hay algo que me chirría un poco. Algunos personajes que en un inicio no tienen ningún peso en la historia, de la noche a la mañana se convierten en secundarios destacados y que, incluso, parecen ser muy importantes para la protagonista. Y también sucede al revés. Personajes que se nos presentan al principio como protagonistas, mueren a las primeras de cambio, dejando al lector un poco aturdido.
Existe en la novela cierto tufo a confusión que me ha dejado con cara de circunstancias. Aparte de los altibajos en el grado de protagonismo de los personajes, el asunto principal del libro (y que sirve también como reclamo publicitario) no queda explicado en absoluto. ¿Por qué los condenados siempre, siempre, han limpiado los sensores exteriores del silo en vez de alejarse tranquilamente a esperar la muerte?
Sin duda esta confusión provoca la sensación que el autor, cuando publicó en Amazon la historia, se perdió en una encrucijada de hilos argumentales que terminaron por hacerle perder el norte. Desconozco si esta confusión se diluye a lo largo de la trilogía, pero si fuera así no serían más que parches añadidos.
El ritmo de la novela es el correcto. Trepidante, en constante ascensión, con ciertas pausas cargadas de tensión y con un final que recuerda a cuando, después de una travesía por la montaña, descansas los pies en el río ante de reiniciar la marcha. Quinientas cincuenta páginas que no te agotan, pero que tampoco te han dejado del todo satisfecho.
Así que Espejismo puede ser la novela distópica del año, puede haber generado un buen número de historias basadas en su universo e, incluso, puede ser llevada al cine en un futuro cercano. Una buena novela, entretenida, con la facilidad de ser aceptada pero con ciertas carencias literarias que impiden se convierta en una novela de referencia, que no de culto.