En otras ocasiones, distingo con claridad, entre el ruido ambiente y el murmullo de la gente, una voz que me llama, me interpela. Una voz que parece conocida y que, por supuesto, me conoce. Pronuncia mi nombre u opina sobre lo que estaba a punto de acometer, para desaconsejarlo la mayoría de las veces. Es una voz que me sorprende, por inesperada, pero no asusta, por la tonalidad familiar y pacífica. Pero que tampoco descubro de dónde procede cuando intento identificarla. Nunca conozco quién me habla entre una multitud de desconocidos que ocupa el espacio de donde procedía una voz que ha enmudecido. Sólo silencio en medio de la algarabía.
Mis sentidos, por lo que parece, me engañan porque no responden sólo a los estímulos de la realidad, sino también a la fuerza de los deseos y las ausencias que nos mortifican. Juegan conmigo provocándome espejismos para que conozca el vacío, el silencio y la soledad de una existencia que me domina y desborda.