En una ciudad cualquiera vivía una joven que le gustaba mirarse en el espejo. Todas las mañanas antes de salir a la calle le daba las gracias diciendo:_ ¡Espejito, espejito, gracias por ayudarme a ponerme tan guapa para deslumbrar a la sociedad!
_ ¡Muchas gracias, pensaré en lo que me has dicho!
Desde ese momento la joven examinaba su conducta habitualmente con lo que decía la biblia y veía muchas cosas bonitas en su corazón y otras que corregir.
Los dos jóvenes se hicieron muy amigos e iban deslumbrando a la sociedad con su buena conducta.
Autora: María Abreu
El que escucha la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es. (Santiago 1: 23,24)