Esperando como una esquinera

Publicado el 28 octubre 2013 por Bebloggera @bebloggera
Por La Churro desde Chile
Las 04:27 AM y me despierta un mensaje en mi celular. “¿Insomnio?” decía. Yo dormía profundamente, pero no me enojé porque yo sabía que esa sola pregunta traería tras de sí una deliciosa invitación. “Dormía, pero me salvaste de una pesadilla. Gracias”, respondí. Así los mensajes sutiles continuaron hasta las 04:43 AM, pero el sueño me vencía, así que decidí ir al grano “Y sin tanta retórica, ¿qué quieres?”, dije. “¿Vienes o voy?”. Ahí estaba hecha la invitación que esperé por esos trasnochados 16 minutos.

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Él vive a sólo cuatro cuadras de mi casa, y durante el año pasado mantuvimos esta relación de visitarnos para conversar un rato, tomar un mate, encamarnos y luego cada uno a su casa. Por algunos problemas personales de él mantuvimos congelada esta relación, así que este sería el regreso después de varios meses sin vernos (y tocarnos). Esta vez preferí jugar de visita e ir a visitarlo. Le dije que me vestía y salía.
Obviamente antes me lavé la cara para sacarme el olor a saliva, me lavé los dientes, me encremé para que sintiera que "naturalmente" soy suavecita y olorocita, me puse ropa y salí. A las 04:59 AM yo ya estaba en la puerta de su casa lista para la acción. Vivimos en pleno centro de Santiago, por lo que sin ser un mal barrio, es inevitable que se conjugue lo bueno, lo malo, lo feo y lo extraño.
Su edificio no cuenta con conserje ni con citófono directo, así que lo llamé para que bajara a abrirme el portón. No contestó, pero como otras veces, pensé que sólo escucharía el sonido del celular para bajar a abrirme. Esperé y nada. Volví a llamar y nada. Yo recorría desde la puerta del edificio, para guarecerme bajo la luz (que absurdamente uno cree que es más segura) y ambas esquinas de la calle, para alcanzar a ver si a través de su ventana había algún movimiento. Mientras, aprovechaba el tiempo para arreglarme el pelo, pintarme los labios y emperifollar la ropa que estaba puesta a la rápida.
Entre mis caminatas entre su puerta y la esquina, diviso como en la otra esquina se asomaba una cuca (vehículo policial tipo furgoneta con grandes medidas de seguridad para llevar detenidos). Yo me asomaba y el vehículo retrocedía. Cuando yo me movíael vehículo se asomaba. Me pareció extraño, pero gracioso, como jugar con los carabineros al gato y al ratón. De repente la cuca desapareció y pasaban los minutos, ya eran las 05:12 AM y nadie me abría la puerta. Llaméy llamé y nada. No me había levantado a esa hora para no tener nada, así que seguí insistiendo a través del teléfono. “Estoy abajo, ábreme”, enviaba mensajes y nada. 
Tenía la esperanza de que alguien saliera del edificio para yo poder aprovechar de entrar y empezar a golpear directamente en su puerta. A esa altura la rabia se apoderaba de mí y sólo quería que me abriera para gritarle lo imbécil que había sido por dejarme tanto rato esperando afuera. Cuando de repente veo el vehículo policial estacionarse frente a mí. Descendieron dos carabineros y uno se puso a cada lado del edificio en el que yo estaba. Ambos procedieron a revisar las puertas, mirar el piso, caminar lento, verificar puertas cerradas… y mirarme todo el tiempo con un disimulo muy poco disimulado. Era obvio, ¡los carabineros me estaban confundiendo con una prostituta! De a poco ambos funcionarios públicos se iban acercando a mí dejándome rodeada entre ellos, la cuca y una pared. ¡Ah no! -pensé- ir detenida es un costo muy alto por un polvo. Caminé rápidamente, me colé entre el furgón y el carabinero, crucé la calle y tomé rumbo a mi casa a paso firme. “Me voy, no espero a nadie” -le escribí- “Ah! Y dile a los carabineros de abajo que no soy puta”. A las 05:23 AM ya estaba de vuelta en mi cama, con insomnio y sola.