La cualidad de no escribir en lengua africana no debería impedir que se considerara la literatura africana un conjunto independiente. En lengua castellana nadie oculta las diferencias entre la literatura española, la literatura argentina o la colombiana. Cada conjunto dispone de una serie de características que permiten su estudio y su consideración, además de potenciar su edición y distribución dentro de diversos mercados. Otro tanto sucede con las literaturas en lengua inglesa. Es muy dudoso que se pudieran meter en el mismo saco las literaturas norteamericana o inglesa de finales del XIX, como también que formen un solo conjunto los relatos australianos y los jamaicanos a pesar de tener el mismo medio para comunicar su mensaje. Por tanto, habría que obviar en qué lengua se emite tal o cual relato y comenzar por anclar el mismo a un tipo de tradición literaria y no a otra.
Más allá del asunto de la lengua, un gran conjunto vacío persigue a la literatura surgida de África Subsahariana. Como en la época de Hegel, pareciera que África sigue siendo ese territorio oscuro e incomprensible, una amalgama de países y regiones étnicas que sitúan sus fronteras en aparente azar. Por tanto ¿cómo no situar cualquier tipo de literatura en un conjunto genérico –literatura africana- que sirva para su clasificación container y asunto solucionado? ¿Para qué emplear tiempo y dinero en, por ejemplo, diferenciar la literatura surgida de Gambia de la Ecuatoguineana? Así, mientras los editores occidentales se limitan a poner la etiqueta de gran clásico de la literatura universal a ciertas obras o principal obra de la literatura checa –aunque se escribiera en alemán-, todo lo que viene de África está incomprensiblemente estandarizado en literaturas africanas.
Ahmadou Kouruma fue un escritor costamarfileño que escribía en francés. Hasta su muerte, en Lyon en el año 2003, escribió historias de África trascendiendo a todas las etiquetas que se le podrían haber impuesto. Quizás sólo podría ser calificado como un autor de literatura africanooccidental debido a la región por la que se desplazó en su errante búsqueda de asilo político hasta que se le permitió el regreso a Abiyán. Contó historias propias de esa región que muy probablemente hubieran podido suceder en cualquier otra parte de África según la mente de cualquier occidental, pero que en realidad podrían haber sucedido en cualquier otra parte del mundo tal y como corresponde a las grandes historias de la Literatura –esta con mayúscula.
En Esperando el voto de las fieras, Kourouma habla sobre política. Sobre histórica política principalmente. El argumento es bien sencillo y podría resumirse así: auge, caída y consiguientes devenires de un político africano. Su personaje principal es el líder de la imaginaria República del Golfo, el general Koyaga. Asistimos a la narración de su biografía y a la biografía de sus antepasados. Una emocionante historia de tensiones políticas propias de la época del fin de la descolonización y del transcurso de la Guerra Fría que refleja perfectamente los distintos componentes de la política en África Subsahariana.
Koyaga es la persona más poderosa de esta República del Golfo porque sabe aglutinar los diferentes recursos de poder que están presentes en la política africana. Posee una relación especial con poderosos talismanes religiosos que lo protegen del daño de sus rivales políticos. Tiene el control del ejército. El de las finanzas y las producciones del país. El apoyo de una etnia, a la que se pliega y a la que ofrece protagonismo nacional en sus fiestas tradicionales. Koyaga es, más allá de estos componentes, el paradigma del dictador africano producto de la descolonización y de la Guerra Fría.
Como el mismo Kourouma, Koyaga participará en la guerra de Indochina bajo bandera francesa. Es allí donde sus conocimientos étnicos sobre la guerra le hacen avanzar y que el régimen colonial le introduzca en el círculo más cercano, donde esperará el momento más adecuado para asestarle un golpe mortal al régimen colonial y formar parte de las fuerzas independentistas. Sabrá deshacerse del resto de equipaje independentista y hacerse con el poder absoluto en su Estado y es entonces cuando Koyaga es invitado por todos los grandes líderes –aka dictadores- del continente. Paseando por cada uno de ellos como si fueran círculos dantescos camino del infierno, Koyaga aprenderá el oficio del dictador.
Es esta novela, en definitiva, una microhistoria política del continente africano. El paradigma de la República del Golfo es más que suficiente para entender los caminos paralelos que siguieron muchos países africanos desde los años inmediatamente anteriores a la colonización hasta la mitad de los años 90, tras el final de la Guerra Fría. Cualquiera puede pensar, mientras lee el transcurso de lo narrado, en figuras como Mobutu o Idi Amín. O tantos otros.
Y se ha escrito la palabra leer cuando en realidad el lector, aunque parezca contradictorio, no leerá sino escuchará. La manera de Kourouma de contar la historia de este dictador paradigmático e imaginario enlaza directamente con ese primer criterio que se atribuía al comienzo de la entrada a las literaturas africanas: la oralidad. La novela está contada por un griot, un contador de historias que, junto con su impertinente bufón, recorren en el transcurso de seis veladas la vida del dictador Koyaga, que es la historia de la República del Golfo, o la historia del continente africano.
Kourouma trasciende en esta obra los límites de la novela moderna tradicional, llevándonos a sus entregados lectores hacia un asiento dentro de ese fuego purificador donde el griot nos divierte y nos asusta con la historia de Koyaga. Una fabulosa manera de celebrar el día de África –que se cumple hoy- alejada de los constantes catastrofismos.