Esperando la primavera

Publicado el 10 marzo 2011 por Alfonso

En unos días llegará la primavera. Y con ella y la inhumana manipulación de los relojes, supremo acto de endiosamiento en recuerdo de una crisis petrolífera de hace casi cuarenta años, las tardes serán más largas y los amaneceres menos madrugadores; el tiempo irá despojándonos de abrigos, jerseys, bufandas, y, como sin darnos cuenta, hasta de chaquetas y cazadoras, dejándonos las blusas y las camisas a la altura de los codos. Pero como cuando apenas nació este 2011 entró en vigor la prohibición de fumar en bares y otros locales, la gente se puso el gorro de lana y los guantes y se sentó a fumar en las terrazas, que los dueños de los establecimientos habían acondicionado con mantas, estufas de butano, carpas, no tanto por el confort del cliente como por el miedo a tener que cambiar de profesión -¿cuál?-. Todo antes que tomar la copa o el refresco en el hogar.
Resulta ejercicio sano ver quién se sienta en cada terraza, qué tipo de gente, qué grupo orgánico, se acomoda en cada silla. Así, en las cafeterías de los barrios suelen ser los vecinos del mismo los que toman asiento y charlan de su día a día, los que hablan más que escuchan, pues las penas de uno siempre son más graves que las del otro. Pero en las del centro de las ciudades, de las plazas más concurridas, por tradición las más caras, los clientes suelen ser gente de paso, poco habitual. Así es como uno descubre que las clases sociales están en pleno periodo de diferenciación y distanciamiento. Cuesta poco distinguir al funcionario con despacho que, entre compra tecnológica y encargo de perfumería, se toma un respiro; a la viuda que reside en la zona y que regresa de la visita a su oftalmólogo de toda la vida; al militar retirado y señora que salen a airearse; a la mujer muy bien casada con amiga universitaria a la que confía sus temores; al grupo de colegas que beben celebrando lo bien trazado del plan que les reportará tan buenos dividendos que les permitirá viajar de nuevo al Caribe; al ocioso con canas y orgullo que masculla que para jóvenes, los de antes, y para viejos, los de ahora, que qué poca educación se ve hoy por las calles, qué poco civismo y que chicas más guapas, que parecen todas de revista, de revista de las de antes, de las musicales, de las picantes.
En esas reuniones, servidas por camarero con chaleco de color o chaqueta blanca o negra y con vueltas en plato que induzca a dejar propina, no se oyen diálogos sobre los disparos en los países del Norte de África, pues nunca han dejado de estar en guerra unos con otros y ellos entre sí; ni sobre las listas de Forbes o las agencias de calificación de riesgo -¿eh?-, o la reforma de las cajas de ahorros, que uno tiene sus dineros en buenas manos, en bancos de toda la vida, aunque en el caso del empleado público sea desde hace trece o catorce años. Si acaso se habla, de pasada y sin venir a cuento, como para no darle mayor importancia al tema, sobre lo cara que está la vida; la cantidad de chinos y extranjeros, que nos van a invadir; lo mal que lo hacen unos y lo poco que gritan las cosas bien claras los otros, o, como frivolidad, se puede intentar recordar el nombre del modisto borracho y enlazarlo con lo mal que está la televisión, donde, por cierto, habrás visto las imágenes de la presentadora que le muerde una serpiente en el pecho y se muere, la serpiente, no la chica, se ve que por la silicona, que estaba operada, se había aumentado la talla, la chica, claro. Si acaso. Porque el tema favorito serán ellos y sus familias: el viaje de la hija a Bali; lo bien que les van las cosas a los hermanos; cómo es de importante hoy que los pequeños vayan a un colegio bilingüe y que a la salida estudien otro idioma en una buena academia, y ordenadores -o informática, se dirá, según sea la edad de los contertulios-. En definitiva, matar el rato y beberse el café con leche o la caña con gaseosa, en buena compañía y sabiendo que ellos están llenos de razón. Como cuando compraron una casa en la montaña sabiendo que los intereses iban a bajar mucho y los precios no tanto. Y se levantan, cansados de respirar el humo de algunos pocos, porque ellos no fuman. Son de otra clase. Y caminan pensando que en vez de tanto prohibir, podían retirar de una vez por todas las cajetillas de tabaco de los estancos. Los puros no, que son para las bodas y cuando se juntan los hombres, y el tabaco de pipa tampoco, que huele bien.
Y así, entre la poca vergüenza y el ningún complejo, con la mirada posándose en los escaparates de las tiendas que mañana visitarán, caminan hacia su horizonte esperando a que llegue la primavera. Y con ella, el poder sentarse en las terrazas sin miedo a que los peligros que auxilia la oscuridad de la noche les hagan refugiarse en hora temprana tras sus cerraduras de doble vuelta.

Terraza en el boulevard, Zandomeneghi