La polémica de los escraches nos recuerda que la sociedad debe mantener un tono infantil y sumiso para poder ser admitida en el selecto grupo de los demócratas. La derecha siempre ha tratado a los niños como niños y a los adultos como subnormales. Entre niños y subnormales se entiende que la protesta, el llevar la contraria, es un ejercicio estéril del que nada productivo puede salir. El niño y el retrasado mental son al fin anomalías que se sitúan fuera del circuito económico.
Esperanza Aguirre ha comparado los escraches con los peores totalitarismos del siglo XX. Creo que Esperanza Aguirre es la peor política que hemos tenido nunca en este país; una imitadora de la dama de hierro que hacía suyas palabras de la inglesa. Para Esperanza Aguirre la acción directa, la presión del ciudadano sobre el poderoso, es un acto cuasi delictivo, una medida hitleriana. Recuerdo cómo hace unos años ella misma pedía en la calle que se vetara la subida del iva del gobierno de Zapatero. Es una pena que el mundo político carezca de memoria y decencia. Comparar la coacción que el nazismo ejerció sobre la población judía con los escraches que la PAH está llevando estos días a cabo es una muestra de ignorancia y de desprecio por la historia.
Aprovechando que han muerto la semana pasada Margaret Thatcher y José Luis Sampedro conviene recordar la diferencia ente unos y otros aunque nos traten de convencer de que el perro es el mismo y lo que cambia es el collar. No es lo mismo un dóberman que un chihuahua, aunque a los Partidos dominantes les gusta vestir al dóberman de chihuahua y al chihuahua de dóberman. Y no es el mismo perro entre otras razones porque uno sirve para adornar la casa y el otro para protegerla.
En el fondo de este asunto subyace una idea inquietante: se trata de idiotizar a la población, hacerla creer que los totalitarismos son todos iguales y la violencia es siempre la misma violencia. Esta lectura distorsionada deviene en un diagnóstico equivocado: le pasó a Aznar con el terrorismo islamista cuando afirmó que los terroristas son todos iguales. La estupidez de Aznar hace juego con la simpatía idiota de Esperanza Aguirre; para ambos defensores de la libertad económica toda libertad que se sitúe en la periferia de lo económico es un accesorio inútil o una extravagancia. Lo importante es tener billetes en la cartera; así nadie protesta.
Los políticos profesionales que se mueven en la cúpula del gobierno quieren —además de ostentar un cargo público que esté a la altura de los estudios que pagó papá— tener una vida privada como cualquier otro ciudadano. Parece que el Rey Juan Carlos sufre un trastorno parecido. Tener el privilegio pero ser luego igual al resto. Oiga, yo escribo una ley para que usted se quede sin casa pero luego, cuando nos crucemos paseando al perro, no me reproche nada que no estoy en mi horario de oficina. La portavoz del Gobierno y algún otro diputado más han incurrido en poses mafiosas: cuidadito con mi familia; y me ha parecido enternecedor verles tan vulnerables. Quieren mezclarse con nosotros siempre y cuando nosotros estemos amordazados.
En política no existe mayor insulto que el de “fascista”, llamar a un adversario “fascista” equivale a eliminar su discurso y colocarlo frente a la sociedad en el peligroso lugar del maldito. Dentro de poco veremos al Partido Popular acusar a los indigentes de estar dando mala imagen de la marca España, les acusarán de fascistas y dirán que un tipo en harapos es un insulto a la señora que va con su visón y su caniche, paseando por la Gran Vía.