Por: Guillermo Fiallos A.
De una u otra manera, todos los que vivimos en esta patria tan convulsionada, estamos expuestos a niveles altísimos de ansiedad, estrés e impotencia bajo los negros nubarrones con los que amanecemos y anochecemos.
En estas semanas, hemos leído y escuchado, insistentemente, acerca del término fallido. Se habla de que Honduras es un estado fallido, que el gobierno es fallido, que la ciudadanía está fallida; en fin, una cadena de fallas que me han permitido agregar una más al eslabón: Esperanzas Fallidas.
De una manera estrepitosa hemos contemplado como en los últimos años, muchas de nuestras esperanzas se han esfumado hasta convertirse en fallidas.
La muerte y el narcotráfico cabalgan día y noche por todo el territorio nacional. Como nunca, contemplamos crímenes horrendos que al ser ya tan comunes, nos ha insensibilizado y los hemos adoptado, infelizmente, como parte natural y cotidiana de la realidad.
La falta de empleo es el pasaporte para que ya no sólo jóvenes y campesinos, sino también, adultos mayores y profesionales estén abandonando el país en busca de un futuro más promisorio y esperanzador del que se puede tener acá. ¡Qué pena que compatriotas continúen jugándose el destino por la miopía, ambición y el egoísmo de nuestros seudo-dirigentes!
Por cualquier lente que uno mira, se nota el caos en el que estamos sumidos. El sistema educativo público es una hoguera desde hace años atrás; lo único que suma en el mismo es la pérdida irrecuperable de clases. ¡Infortunados niños y jóvenes alumnos! Les espera un futuro torrencial, donde no tendrán mínimas oportunidades, pues no aprendieron nada: su conocimiento es paupérrimo, nunca les enseñaron cómo desarrollar destrezas, y jamás les transmitieron valores ya que más bien se les alentó a formar turbas callejeras que destruyen todo a su paso.
La salud pública, asimismo, se encuentra en estado de calamidad. No hay medicinas, material ni equipo quirúrgico… es tanta la demanda que poco se puede hacer por las largas filas de necesitados y enfermos.
Lo más demoledor de todas estas sombras que enturbian el horizonte, es la actitud irresponsable y patética que sigue predicando la Clase Política. Ésta no maduró en absoluto, ni aprendió una milésima del reciente pasado en el que casi se entierra a la República.
Convocan a la gente para escucharla, cuando a gritos ha expresado sus carencias. Para qué hablar tanto si los estómagos no pueden continuar esperando, para qué estar en reuniones bizantinas si lo que se desea es vivir en paz y no morir cada día.
Se necesita trabajo, educación, salud, vivienda, seguridad para avanzar y no para retroceder. No es con constituyentes ni con documentos promulgados por individuos que se creen semidioses, que se iluminará y resolverá el camino.
Las palabras, los discursos, los grandes eventos son parte de una mercadotecnia que se quedó como imagen congelada en los espejos, pues no han producido los resultados esperados. ¿Quién va querer invertir en el país con la inseguridad jurídica y física en la que se vive?
¿Cómo operarán empresas que generen riqueza si ni siquiera se respeta la Constitución de la República ni la división de poderes?
Ya hasta sin valores están quedando quienes deben ser el reflejo ideal para las diversas generaciones. Se practica en forma cínica la traición y deslealtad. Se corta con la guillotina de la infamia, la cabeza de aquéllos que en las buenas y, sobre todo, en las malas, fueron nuestros sinceros amigos. Se entablan lazos de amistad con otros que no nos han dejado nada y que ni siquiera saben, cómo se pronuncia el nombre de nuestro suelo.
Las esperanzas de la clase media y baja ya son fallidas. No se ve la salida por ninguna esquina. Todo está contaminado a tal punto que la Clase Política se ha entremetido en todos los ambientes públicos y privados, llegando incluso a doblegar hasta los intelectuales y a la academia, que se ven intimidados por las directrices de la corrupción.
Esperanzas fallidas cuando se comprueba que cada vez se aleja más la estrella que nos orientará para salir de la pobreza, pues el gasto público ha aumentado; la burocracia crece aceleradamente con la creación de Secretarías de Estado decorativas y de escasa incidencia en el ámbito nacional. Además, los viajes burocráticos improductivos con numerosas comitivas a naciones extrañas, dejan que la imaginación comience a navegar.
Esperanzas fallidas al incumplirle a un pueblo que con valentía, ante amenazas e intimidación, salió un inseguro domingo de noviembre de años atrás, a ejercer el sufragio masivamente para continuar viviendo en democracia.
Esperanzas fallidas cuando la ciudadanía honrada e íntegra contempla estupefacta cómo se alienta y venera desde el poder público, a los delincuentes de cuello blanco, a los anarquistas y virulentos que encarnan la fuerza bruta, y a los vende patria de ayer y de hoy, al brindárseles todo tipo de honores, concesiones y estímulos de protagonismo. ¡Se les premia por haber tratado de destruir a la nación!
Nos sentimos sin rumbo, sin brújula y se respira en general, una extraña sensación de certeza que nos encaminamos al despeñadero, a la agonía patria pues todo indica que en aquel gobierno hondureño lacayo del emperador sudamericano, no se extirpó tajantemente el cáncer que circulaba por las células de la República.
Las únicas dos esperanzas que no están fallidas son la capacidad de respuesta de una sociedad civil que en estos momentos, inexplicablemente, luce desarticulada y temerosa; la otra, es la fe en Dios, ese Dios que nunca nos abandonó y que siempre estará con Honduras hasta el fin de los tiempos.
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Publicado por Esveritate
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