En el caso de los humanos llega un espermatozoide, se une a un óvulo, y si no hay contratiempos al cabo de nueve meses su portadora alumbra un niño o una niña.
Gracias a la ciencia, en los últimos años cualquier varón fértil podía regalar su esperma y olvidarse para siempre de su hijo, pero el Tribunal Supremo del Reino Unido acaba de concederle a los donantes por primera vez en el mundo el derecho a solicitar mantener contacto con sus hijos biológicos.
El Tribunal no sentencia todavía a favor de los donantes anónimos, aunque quizás próximamente puedan pedir pruebas de paternidad a partir del ADN de los niños nacidos con fertilidad asistida.
Pero sí lo hace a favor de los donantes que conocían a quienes les solicitaron el esperma, a los que suelen alejar luego de sus propios hijos.
Lo que plantea la pregunta, primero entre los británicos, y enseguida en el resto del mundo occidental, de si debe corregirse el concepto feminista de que la embarazada es la única dueña del feto que porta temporalmente.
Y crea otro problema sobre el derecho exclusivo de la mujer a abortar, porque el donante, por método natural o científico, podría demandar prerrogativas sobre el futuro del embrión o del feto.
Hay mujeres que facilitaron una sola relación sexual para quedar embarazadas con el hombre que les interesaba, y exigirle mantenerlas para siempre, a ella y al hijo.
Es el caso de la que le practicó una felación al tenista Boris Becker, se hizo embarazar con su esperma, y ganó una pensión vitalicia para ella y la niña que nació.
Las portadoras de embriones humanos tienen sus derechos reconocidos; pero por fin empieza a discutirse su exclusividad con las reivindicaciones de los productores de espermatozoides.
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SALAS