Espinas sin rosas

Publicado el 23 julio 2014 por Jesuscortes
Transportada en el tiempo no mucho más allá de treinta años, Nathalie hubiese sido "un caso".
No quiero decir con esto que hubiese tenido sin duda un tratamiento clínico merced a una inmadurez enigmática como el concedido a la Lilith de Robert Rossen, ni siquiera un acercamiento digamos subjetivo como el de la Carol de Polanski ("Repulsion"), miradas con la curiosidad que se dispensa a quienes no se comportaban lógicamente.
En 1994, con "La maman et la putain" (y tantos Rivette, Godard, Fuller, Rohmer, Demy, Bergman, Bertolucci, Pialat, Straub, Cassavetes o Truffaut de los que procede o en los que arraiga; y no olvidemos que antes y muchas veces aún mejor lo filmaron Rossellini y Griffith) en el retrovisor, el riesgo a la hora de acercarse a un personaje como el suyo era diferente.
La trampa era normalizar la neurosis, elevarla a la categoría de contemporánea, quitarle hierro también. Fácil porque Nathalie no huye ni se refugia, sino que hace justo lo contrario, correr en cualquier dirección, a toda velocidad, para urgar de nuevo en las heridas conocidas y tal vez hacerse algunas otras nuevas.
La opción auténticamente marginal - de poca importancia y tirada a un lado: bonita palabra - que quedaba - y sigue quedando - es justamente la opuesta, la de probar a ver si se puede volver a hacer sentir el desamparo, la soledad, la urgencia de tener y no tener.
Con la piel del revés están los personajes de la fundamental "Oublie-moi", que gozosamente lo logra.
La cámara de Noémie Lvovsky recorre el underground parisino, los dormitorios, los bares, las cabinas telefónicas (eran los últimos momentos en que podía aprovecharse esa fisicidad íntima y violenta previa a la llegada de los móviles: el espacio cerrado, el cable metálico, la obligación de estar de pie, en un expositor transparente y tal vez con alguien cerca esperando), las calles recién barridas listas para ser ensuciadas de nuevo y lo hace como una exhalación, concentrada siempre en el "sencillo" y "tradicional" plano-contraplano, con elipsis muy breves que recuerdan que no es la realidad lo que vemos sino su composición, con dos o como mucho tres personajes en cuadro. Sin efectos, sin apuntes sociales ni psicológicos.
Sólo queda coger de la mano a Nathalie, Christelle, Antoine, Fabrice y Eric y estrellarse contra el suelo junto a ellos. Película nacida para perder, sin confort ni descansos, película de supervivientes provisionales como decían en "We can´t go home again".
    Suenan Lou Reed, Patti Smith y furtivamente los "curanderos" Morphine, y podían haberlo hecho PJ Harvey o Jeff Buckley.
Surgen conexiones con dramas de Garrel o Denis (ese mismo año en su cima con la monumental "J'ai pas sommeil", a la que "Oublie-moi" complementa y alcanza) o comedias (su lado terrible y realista) de Desplechin o Sophie Fillières - que firma el brillante guión con Marc Cholodenko - pero nada parece un mero ingrediente, un preparado ad hoc para ilustrar parecidas arritmias vitales.
Todo brilla.
Nathalie (Valeria Bruni-Tedeschi) no sabe lo que quiere ni es capaz de distinguirlo de lo que no quiere, hambrienta de algo muy egoísta como es que te entiendan y te encuentren cuando tú mismo no sabes ni qué dices ni dónde estás o anhelando algo muy sencillo y humano: que te escuchen, que te quieran, que te tengan en cuenta.
Lvovsky tampoco se muestra ventajista y adopta el punto de vista de quien está segura de cómo serán los destinos de sus criaturas para así poder mirarlos con indulgencia o desdén, ni tampoco revela nada del pasado, salvo que tal vez algunos de sus protagonistas (Eric) estuvieron en los 80 bailando con Mr Brownstone como dice la canción.
Lo que compartieron cuando eran veinteañeros y lo que vivirán a partir de ahora no le hace falta audaz y excepcionalmente a su cámara flotante ante cuerpos y rostros.