Espíritu aventurero

Publicado el 06 abril 2015 por Elarien
En Medicina, aún dentro de la propia especialidad, es imposible saberlo todo. Quizá haya por ahí algún superdotado que controle hasta el último síndrome, aunque también es probable que el pobre se haya vuelto loco durante el proceso. Mi caso es más triste, no hay garantías sobre mi cordura pero sí sobre mi ignorancia.
La enfermedad te sorprende. Al comenzar la residencia las sorpresas se suceden una tras otra, es una experiencia emocionante y agotadora. Con el paso del tiempo las sorpresas se vuelven más esporádicas, son aún más interesantes que al principio, pero también más temibles. Algo nunca visto, al menos durante 20 años, no augura nada bueno. Es probable que en la literatura haya un cuadro similar descrito que oriente sobre lo qué hacer, aunque eso no siempre es práctico, sobre todo si es una decisión que urge. Tampoco al paciente le consuela saber que se trata de un caso raro, o incluso único. En esos momentos no desea sentirse especial.
Cuando uno empieza Medicina nunca piensa que uno de los requisitos de un médico sea el espíritu aventurero. Sin embargo enseguida se comprueba que es una cualidad indispensable, es imposible sobrevivir en un hospital sin coraje para enfrentarse a los retos. Más de uno ha terminado llorando en su primera guardia, y la verdad es que con motivo: miedo, trabajo a destajo, falta de tiempo, presión, dudas y sueño son una mala combinación. La ignorancia te hace atrevido pero esa osadía es necesaria durante la residencia. Quizá antes de empezar la carrera sería interesante leer un libro del estilo de Peste y Cólera, en el que cuentan la vida de Alexander Yersin, el descubridor de la Yersinia pestis, la bacteria causante de la temible peste bubónica que en el S XIV acabó con más de la mitad de la población de Europa. Yersin  viajó a Asia en plena pandemia de la enfermedad y se dedicó a la investigación de esa y otras enfermedades infecciosas. Estoy convencida de que si hubiese nacido un par de siglos antes, habría optado por la piratería al servicio de SM la reina (aunque quizá en esa profesión solo aceptasen ingleses, pero me extrañaría que discriminasen a nadie). Cierto que uno ya no precisa embarcarse y cruzar el mundo para estudiar las epidemias in situ y descubrir su origen. Aún así el huesped de la enfermedad es el paciente y de eso no es posible escapar. Quizá el caso más extremo y reciente sea el Ébola, pero el hospital es un lugar insalubre que está siempre lleno de bichos de todo tipo y todos contagiosos, y generalmente multirresistentes a los antibióticos. Sin embargo no todos los enemigos de la profesión son infecciosos, y no me refiero al carácter particular de algunos enfermos, familiares o de los mismos profesionales.
Es importante asumir que el médico, antes o después, va a perder la batalla. A fin de cuentas la vida es una enfermedad terminal y eso no tiene arreglo. Eso sí, ningún galeno está dispuesto a rendirse sin luchar, aunque a veces eso suponga cortar a un paciente a pedacitos, es cuestión de que se deje y la mayoría no suelen oponerse. No soy gore, sencillamente en Medicina conviene olvidarse de los remilgos, muchos enfermos no sienten reparos por mostrar los mocos en un bote, o en el pañuelo, ni en describir las heces y el pis. Al menos ya no se precisa probar los fluidos para diagnosticar una diabetes, que precisamente recibe el nombre de diabetes mellitus porque la orina se vuelve dulce por el azúcar que contiene. Cada día uno se encuentra con todo un despliegue de delicias, de los que mejor ahorrarse los detalles. Al menos a los galenos ya no se nos quema en la hoguera de la Inquisición por herejes y por brujas. No quiero pensar en la reacción de Torquemada si leyese este blog.