Espíritu de superación para unos y otros

Por Aparcamientodiscapacitados

A las 12:00 de un día cualquiera suena ese odiado timbre de la vuelta a clase en el IES Isaac Newton de Fuencarral. Mª Cruz, profesora en 4º A, trata de poner orden para que Daniela y alguna alumna más expliquen cómo va la organización del viaje de fin de curso. Unas vacaciones donde todos deberán tener cubiertas sus necesidades, incluidos dos de los estudiantes que sufren algún tipo de discapacidad motórica, como Sara o Jonathan. A ella le diagnosticaron una miopatía congénita, se desplaza en silla de ruedas y tiene una traqueotomía conectada a un respirador. Cada dos o tres horas necesita que Esther, enfermera del centro, aspire sus secreciones o suministre medicación a través del botón gástrico.
Pese a todas estas dificultades, Sara quiere estudiar para convertirse en educadora social o en periodista, dos de sus preferencias. Algo que será posible gracias a la adaptación que en este centro realizan de su currículum, de sus criterios de evaluación, de la metodología. "Algunos de estos chavales son tan brillantes o más que cualquier otro. De aquí han salido a la universidad para estudiar Historia, Psicología e incluso alguna ingeniería. El techo se lo va a marcar su propia biología, llegan hasta donde tienen que llegar", explica Mª Cruz Fernández, jefa del departamento de Orientación del instituto.
Desde mediados de los 90, este centro incorpora un programa de integración para alumnos motóricos, atendiendo actualmente a 24, y habilitando para ello un gimnasio de fisioterapia o diferentes rampas de acceso, entre otros recursos. El retraso curricular que puede experimentar cualquiera de ellos se suple con la atención de un amplio equipo de profesionales que forman un fisioterapeuta -con una media de cuatro sesiones semanales-, un logopeda, personal técnico educativo -que les atienden en los desplazamientos o en el recreo, para tomar la merienda-, profesores de pedagogía terapéutica; y de un equipo específico de discapacidad motora y visual.
Además de una enfermera, Esther, pendiente de todos ellos, de sondarles o de cambiarles de postura cada dos o tres horas. "Tienen inmovilidad y no pueden pasar 17 horas sentados en una silla. Por eso realizamos una planificación con fisioterapia para cambiarles al bipedestador en la propia clase de pedagogía terapéutica, que son grupos de cuatro o cinco niños, para evitar heridas y úlceras", afirma.Algunos de ellos tienen discapacidad psíquica, otros espina bífida, huesos de cristal, encefalitis... Pero todos disponen en este centro de la misma oportunidad: la educación. Noelia, de 14 años, sufre atrofia muscular espinal y sueña con ser profesora de Lengua. Dara, de 16 y con espina bífida, preferiría convertirse en monitora de tiempo libre o en secretaria. La primera no necesita la adaptación de ninguna asignatura, en cambio, Dara sí cuenta con esa adaptación en materias como Matemáticas y Sociales.
Pero, sobre todo, ambas pueden presumir de un apoyo infinito por parte de sus maestros. "Darles clase es una lección de vida, te enseñan, te enriquecen y te permiten crecer humanamente", confiesa Mª Cruz, subrayando, además, los beneficios de sus compañeros de pupitre. "El resto de los niños ganan en solidaridad y en otros valores olvidados de los que nos deberíamos preocupar, aparte de que sepan inglés".
Valores que conllevan sacarles a sus compañeros los libros de la mochila, acompañarles a la enfermería o en los cambios de clase, colocarles la mesa y, sobre todo, ejercer ese apoyo anímico indispensable para llenar el espíritu de superación innato que les caracteriza. Un espíritu, admirable, que les hace olvidar la silla de ruedas, los dolores o las barreras y que, al mismo tiempo, descubre al resto del alumnado una realidad que, de otro modo, tendrían lejana.
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