Esquivando la palabra detestable

Por Francescbon @francescbon
Lo repetiré las veces que haga falta, con ligeras variaciones en función del momento y del entusiasmo que reine en mí: larga vida a Orsai, gracias Orsai, felicidades Orsai. Que no quede duda de que le debo unas cuantas cosas, ni que sean impulsos iniciales prestados o tomados sin preguntar. Pero me creo con todo el derecho de ejercer la crítica, sobre todo cuando lo hago sobre un mullido colchón de cariño entrañable y agradecimiento: Orsai abandona progresivamente ese status de revista literaria, esa condición de refugio de aficionados a las letras, y lo hace para tomar otro camino algo más convencional, algo más propio del mundo del que quiere desmarcarse. ¿Acaso un libro tiene publicidad?. Veo más autocrítica en el propio Casciari que en su pléyade de seguidores (a la que pertenezco), pero ciertos movimientos me desorientan: ahora resulta muy celebrado uno de los contenidos que, ha adelantado en uno de sus "goteos", incorporará en su número 8. La entrevista con una figura de la escena rock argentina, un tipo llamado Indio Solari. Rápidamente confundo el nombre con el de un entrenador que, en la liga española, daba un fuerte golpe en el pecho a los jugadores antes de que saltaran al césped. Y que tuvo un sobrino que jugó en el Madrid y se fue al Inter. Rápidamente me aclaran que no. Que no es ese, sino que es, para muchos argentinos, alguien mucho más grande. A mí me extraña no conocerlo aunque sea de oídas, una vez me aclaran que se trata de una figura supuestamente alternativa, fuera de los circuitos comerciales, sumamente esquiva con los medios, pero con un fuerte tirón popular. Me siguen aclarando ante una pregunta algo estúpida que formulo: con quién puede compararse a este tipo, y menciono unos cuantas figuras pero no obtengo gran cosa. Así que voy a Youtube a salir de dudas, aunque no sin empezar a acumular algún dato anterior, justo el que facilita Casciari: que el tío exige ser entrevistado en NY (por una revista de presupuesto modesto: muy mal), que está entre las mayores fortunas del mundo musical argentino (se le "acusa" de poseer 13 millones de $) y que decide que esa sea su última entrevista y que a partir de entonces "hablarán sus canciones". Pff. Pfffff. Esto ya me suena un poco demasiado a prima donna y es pasarse de castaño oscuro. Pero voy a dejar que "hablen sus canciones", así que antes de leer la entrevista me ciño a mi máxima, en lo referente a músicos (y no sólo a músicos: justo he reconocido que el libro de Galeano no es un mal libro), y me someto a una sesión de sus canciones. Suficientemente variada y suficientemente profunda.Y qué queréis que os diga. Sus letras me parecen de una pretenciosidad absoluta. Poesía de tres al cuarto declamada por una voz forzada e impostada, muy consciente de su enorme limitación técnica. Sólo dejo que Tom Waits fuerce su voz así. El Indio Solari está más del lado de Sergio Dalma o Joaquín Sabina o de esas estrellas del heavy-metal comercial. Por la manera de marcar pose y querer arrastrar a la gente. Su música bebe de todas las fuentes archisobadas; Stones, algo de hard rock, algo de blues rock, Springsteen (el protagonismo del saxo). La originalidad campa por su ausencia; heavy-metal del más asequible y vendible, carne de FM. Los clichés de sus letras son cena recalentada que tomo una y otra vez. pero el café con tu suertese enfría en mi mesa fría.(Sonrojante, como poco). 
No quiero (pero me temo que no evitaré) que nadie se enfade: comprendo que este señor debe haber calado de alguna manera que se me escapa en el imaginario musical argentino. Pero yo, que lo conozco justo de ahora, que puedo evaluar su carrera partiendo del puro desconocimiento, lo digo. Ya iba de vieja gloria hace veinte años. Pues, ahora. Que nadie se engañe. Puede coserse a la memoria colectiva lo que sea, desde los pasodobles hasta la canción de los pajaritos o el chicle pop de engendros como Aqua o Lady Gaga. Este tío, su cráneo afeitado, sus conciertos casi secretos que acaban siendo masivos (y supongo que no baratitos precisamente) sus gafas de sol, sus jerseys de estibador portuario para salir a cantar (y, de regalo, el pañuelito en la cabeza del guitarra) son una tomadura de pelo, una puta pose: a la música, al espíritu del rock, y a quien quiera tragárselo. Te quiero, cariño, abre la boca, sigue, y para adentro. No conmigo, Indio. No conmigo.