(Compartimos con ustedes este escrito de Mauricio Kartun)
"Este público maravilloso" es un lugar muy común bien feo. La odita demagógica con la que los artistas le hacemos fiestas al espectador cuando alguna vez no toca tenerlo y enfrentarlo. Haga la prueba: ponga en Google "público maravilloso" y después me cuenta. Encontrará que entre más de doce mil resultados la mayoría corresponde a nuestras alabanzas patéticas desde un escenario o frente al grabador de un periodista. Claro, cuando no vienen dejan automáticamente de ser maravillosos y se transforman en algo que solemos vocear en los bolichones donde comemos y que la dignidad de esta columna me impide reproducir.
Siempre me ha llamado la atención que en ninguna de las incontables escuelas y cursos de teatro que crecen como hongos en nuestra tierra teatrona se le enseñe a los alumnos ese concepto primordial sin el cual la escena pierde por completo su sentido: qué demonios es el público. Como si el teatro pudiera ser algo en sí mismo sin él. Como si naciera de generación espontánea. Vivimos en un curioso parque nacional del teatro que es Buenos Aires. Ninguna otra ciudad del mundo puede jactarse de esta desmesura de 300 espectáculos conviviendo como si nada en la misma cartelera. Los artistas hemos especulado de mil maneras sobre las razones de tal fenómeno natural, de tal ecosistema que en la última década ha crecido de manera asombrosa. La lista de razones que pelamos es interminable: los subsidios a la actividad, la calidad de nuestros artistas, los cursos de teatro (que son junto al psicoanálisis otro signo curioso del porteño de clase media), la multitud de pequeñas salas, la necesidad de expresión. Es singular sin embargo que pocos balances tomen entre sus causales a la presencia de ese público, a esa masa de espectadores dispuesta, a esas patotas que se reparten entre espectáculos de signo tan dispar como los hay aquí. Es singular que no se lo tome. O de una egolatría algo miope: olvidar que el receptor hace al medio. Que la interlocución es la gran generadora de forma. Mirar desde la gallina y omitir al huevo. Creo que tenemos un teatro variado y rico porque tenemos un público rico y variado. Porque nos habitan distintas tribus de espectadores. Tal vez ese sea justamente el secreto de nuestro ecosistema teatral: la diversidad. La escena porteña a diferencia de otras plazas no ha creado un público sino varios. No se trata de una masa uniforme, una raza de ADN similar, sino muchas. Cada una de ellas en busca de una presa diferente. De otro lenguaje. Cada una de ellas alimentándose de diferentes calorías que la del teatro de al lado. El arte no solo crea un objeto para el sujeto. Crea además un sujeto para el objeto. La frase es de Carlos Marx y pocas han revelado con tanta claridad al fenómeno de lo artístico. Solo así puede entenderse su dialéctica. Diversidad de espectadores nacidos a la medida de las nuevas formas. Que las incorporan y exigen más. Y exigen otras. Tal vez el fenómeno más singular del nuevo teatro porteño esté allí. Tal vez eso es lo que lo diferencia al fin y al cabo de otras plazas teatrales que se asombran con la nuestra. En el fenómeno de esa variedad de consumidores que sostienen con su presencia desde el más convencional de los espectáculos de Corrientes hasta la más audaz de las propuestas periféricas. A este público maravilloso, digámoslo bajito para que no se la crea, pero digámoslo.
Mauricio KartunGracias(Fuente: faceBook de Ala de Criados)